Estoy contra la conjura de la igualdad

“De Chiquilín te miraba de afuera pero no sé dónde carajo era.” Da igual si estás en Buenos Aires Mar del Plata o Estambul. Todo igual. Eso sí; te dan Wi-Fi gratis

Bar la Esperanza en Chacarita
Bar la Esperanza en Chacarita

Tengo que decirlo. Denuncio abiertamente la conjura de la igualdad.

Estoy harto. Todos buscan y promueven ser lo mismo. Quizás me quedé en el tiempo. Y no me vengan con eso de que no todo tiempo pasado fue mejor. No soy tan viejo.

Soy de este tiempo.

Todos buscan ser parte de una misma identidad distribuida por el mundo. Los mismos gustos, mismos sabores, los mismos olores y colores. Y el mismo guión a la hora de entregar el producto. Una falsa sonrisa impostada por chicos que no quieren estar ahí; con sueños que están muy lejos de la máquina de café que atienden. Pero todos repiten el mismo acto pensado por algún supuesto genio del marketing nacido en San Francisco o New York.

Contrariando toda lógica que impulsaba la diferenciación y la identidad propia, hoy los cafés del mundo, entre otras cadenas de diferentes rubros alimenticios, sólo aspiran a ser parte de una extraña maquinaria que no dice ni hace nada, salvo lo estrictamente necesario para mantener el margen de ganancia adecuado y prometido a la hora de vender franquicias.

Espacios llenos de mesas y uniformes y vacíos de alma.

Que le importa ya al dueño de un bar quien se sienta en sus mesas. ¿Te imaginás que echen a patadas de una mesa a un cliente por una discusión política o de fútbol?. ¿Te imaginás que alguien le componga una canción a un local de una cadena, digamos, por ejemplo Starbucks?

“De Chiquilín te miraba de afuera pero no sé dónde carajo era.” Da igual si estás en Buenos Aires Mar del Plata o Estambul. Todo igual. Eso sí; te dan Wi-Fi gratis

¿Te imaginás discutiendo con un amigo en que lugar preparan mejor ciertos platos? Algo como por ejemplo: Las mejores hamburguesas con las del Mc Donalds del obelisco. Y tu amigo respondiendo. “Naaa nada que ver; las del Mc Donalds de Devoto son mucho mejores con el toque de chimichurri que preparan”.

Pero lo graciosamente triste es el ejemplo de una cadena cafetera donde te piden el nombre a la hora de tomar tu pedido. Una falsa simulación de interés. Por la persona que asiste al lugar. No saben tu nombre. No les interesa. Pero les interesa que sientas que les interesa. Insisten pidiendote tu nombre para escribirlo en las descartables tazas que suman a la basura global: “Cátulo pibe, me llamo Cátulo”.

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