"El Peor Acuerdo" por Martín Caparrós

Una nota muy controversial y directa de Martín Caparrós, en respuesta a las palabras que el terrorista de Estado, Luciano Benjamín Menéndez pronunció ayer al ser condenado por sus crímenes.


Nunca hubiera pensado que alguna vez podía llegar a estar de acuerdo con el hijo de puta del ex general Luciano Benjamín Menéndez. Y sin embargo, ayer.

Ayer, en su alegato final, el ex Menéndez, ex jefe de una de las unidades militares más asesinas, el Tercer Cuerpo de Ejército, hombre de cuchillos tomar y de presos matar, peroró en su defensa. Dijo, en síntesis, que las fuerzas armadas argentinas pelearon y ganaron para “evitar el asalto de la subversión marxista”. Y yo también lo creo.

Con algunos matices. La subversión marxista –o más o menos marxista, de la que yo también formaba parte– quería, sin duda, asaltar el poder en la Argentina para cambiar radicalmente el orden social. No queríamos un país capitalista y democrático: queríamos una sociedad socialista, sin economía de mercado, sin desigualdades, sin explotadores ni explotados, y sin muchas precisiones acerca de la forma política que eso adoptaría –pero que, sin duda, no sería la “democracia burguesa” que condenábamos cada vez que podíamos.

Por eso estoy de acuerdo con el hijo de mil putas cuando dice que “los guerrilleros no pueden decir que actuaban en defensa de la democracia”. Tan de acuerdo que lo escribí por primera vez en 1993, cuando vi a Firmenich diciendo por televisión que los Montoneros peleábamos por la democracia: mentira cochina. Entonces escribí que creíamos muy sinceramente que la lucha armada era la única forma de llegar al poder, que incluso lo cantábamos: “Con las urnas al gobierno / con las armas al poder”, y que falsear la historia era lo peor que se les podía hacer a sus protagonistas: una forma de volver a desaparecer a los desaparecidos. Me indigné y, de tan indignado, quise escribir La voluntad para contar quiénes habían sido y qué querían realmente los militantes revolucionarios de los años sesentas y setentas.

(A propósito: es la misma falsificación que se comete cuando se dice, como lo ha hecho Kirchner, que este gobierno pelea por realizar los sueños de aquellos militantes: esos sueños, está claro, eran muy otros. En esa falsificación, Kirchner y el asesino ex se acercan; ayer Menéndez decía que “los guerrilleros del 70 están hoy en el poder”, sin ver que, si acaso, los que están alrededor del gobierno son personas que estuvieron alrededor de esa guerrilla en los setentas y que cambiaron, como todo cambió, tanto en los treinta últimos años que ya no tienen nada que ver con todo aquello, salvo para usarlo como figura retórica.)

Es curioso cómo se reescribió aquella historia. Hoy la mayoría de los argentinos tiende a olvidar que estaba en contra de la violencia revolucionaria, que prefería el capitalismo y que estuvo muy satisfecha cuando los militares salieron a poner orden. “Ostentamos el dudoso mérito en ser el primer país en el mundo que juzga a sus soldados victoriosos, que lucharon y vencieron por orden de y para sus compatriotas”, dijo el asesino –y tiene razón. Pero la sociedad argentina se armó un relato según el cual todos estaban en contra de los militares o, por lo menos, no tenían ni idea. Es cierto que no podían haber imaginado que esa violencia era tan bruta, tan violenta, pero había que ser muy esforzado o muy boludo para no darse cuenta de que, más allá de detalles espantosos, las fuerzas armadas estaban reprimiendo con todo.

El relato de la inocencia mayoritaria se ha impuesto, pese a sus contradicciones evidentes. Los mismos medios que ahora cuentan con horror torturas y asesinatos las callaron entonces; los mismos partidos políticos que se hacían los tontos ahora las condenan; los mismos ciudadanos que se alegraban privada y hasta públicamente del retorno del orden ahora se espantan. Y todos ellos conforman esta masa de ingratos a la que se dirige el muy hijo de exputa: “Luchamos por y para ustedes” –les dice y, de hecho, los militares preservaron para ellos el capitalismo y la democracia burguesa. Pero la sociedad argentina se ha inventado un pasado limpito en el que unos pocos megaperversosasesinos como éste hicieron a espaldas de todos lo que ellos jamás habrían permitido, y les resulta mucho más cómodo. Como les resulta mucho más cómodo, ahora, indignarse con el ex que repensar qué hicieron entonces, a quién apoyaron, en qué los benefició la violencia de los represores, y lo fácil que les resultó, muchos años después, asombrarse, impresionarse e indignarse.

El ex Menéndez es, sin duda, un asesino, y ojalá que se pudra en la cárcel. Es obvio que no es lo mismo la violencia de un grupo de ciudadanos que la violencia del Estado, pero es tonto negar que nosotros proponíamos la guerra popular y prolongada como forma de llegar al poder. Y también es obvio que la violencia de los militares no les sirvió sólo para vencer a la guerrilla: lo habrían podido conseguir con mucho menos.

Durante mucho tiempo me equivoqué pensando que los militares habían exagerado: que la amenaza revolucionaria era menor, que no justificaba semejante despliegue. Tardé en entender que los militares y los ricos argentinos habían usado esa amenaza como excusa para corregir la estructura socioeconómica del país: para convertir a la Argentina en una sociedad con menos fábricas y por lo tanto menos obreros reivindicativos, para disciplinar a los díscolos de cualquier orden, y para cumplir con las órdenes reservadas del secretario de Estado USA, su compañero Kissinger, que les dijo en abril de 1976 que debían volver a convertir a nuestro país en un exportador de materia prima agropecuaria.

Es lo que dijo el ex: “¡Y nosotros estamos siendo juzgados! ¿Para quién ganamos la batalla?”. Porque es cierto que la ganaron, y que su resultado principal no son estos juicios sino este país sojero.

Ése es el punto en que casi todos se hacen los boludos. La indignación siempre fue más fácil que el pensamiento. Supongo que es mejor que muchos, para sentirse probos, prefieran condenar a los militares antes que seguir apoyándolos como entonces. Pero no deja de inquietarme que todo sea tan fácil y que sólo un asesino hijo de puta suelte, de vez en cuando, ciertas verdades tremebundas.

4 opiniones en “"El Peor Acuerdo" por Martín Caparrós”

  1. Estoy de acuerdo… en muchas cosas. La unica corrección que le puedo decir es que en ese momento los cultivos top eran el trigo y girasol.
    Igual esto es, encierra el germen destructivo de la linda sociedad argentina… En muchos casos la historia hizo que la economía, la burgesía tomaran parte en atrocidades mirando de costado y haciendose los boludos de lo que pasaba. Pero, en muchos casos como fue el de la revolucion productiva en Gran Bretaña, la indutria alemana durante la guerra y los productores hindues y su connivencia con los britanicos.. bueh hubo de todo… La gran diferencia es que en esos países se termino cambiando la situación, se educo se ayudo y se dictaron leyes que hagan que en el afan de ganar guita no se caguen en todo. Aca en la Argentina, desde 1800 hasta hoy… el poder (militar o politico) y la sociedad entienden que es un gran salvense quien pueda. Donde el empresario sigue siendo el patron de estancia y nos puede meter el dedo en el culo cuando quiere, y negocia las leyes como se les canta. Esto es lo que hay que cambiar, no con la fuerza, sino con leyes, con valores y planificacion.
    Asi que seguir quejandonos de los empresarios y la mala gente que habita este pais… ademas de triste es bastante improductivo.

  2. Respecto de lo que dice de “los setentas”, esto deja claro que este progre o como se lo llame, también o fue un asesino, o participó de asesinatos con su apoyo a su “ejército”.
    Y ahora se permite criticar a la sociedad. Lo que no se da cuenta Caparrós (o sí, pero tiene muy claro que su buena suerte está echada), es que esa sociedad a la cual él critica, es la que le permite a él y a otros ex terroristas “hijos de puta” como él, para usar sus términos, o como los que siguiendo el consejo de odiar de Guevara lo fueron (no sé si como terrorista M. C. habrá sido hijo de puta o no, pero ser terrorista ya requiere de bastante vocación de), les permite, digo, gozar de esta impunidad con la que hablan, y encima hacerlo desde esa alucinada posición de superioridad moral.
    Si Caparrós está suelto y puede decir esas cosas, que son confesiones, es por esa sociedad cómoda a la que critica y que permite su actual comodidad.
    ¡Si no iba preso, o por lo menos sufriría una severa condena social! Condena social que fué, cómodamente, sólo para los milicos, que reprimieron para la mierda de manera hija de puta (aunque ahora se las agarran en muchos casos con milicos de dudosa culpabilidad como chivos expiatorios -creo-).

    Gracias

  3. Gracias por publicar esta texto. No lo habia leido y me parece muy interesante como muchas de las cosas, estando de acuerdo o no, que he leido de Martin Caparros.

  4. Pobre gente los militares, por lo que estan pasando! son familias como nosotros tambien y me parece todo creible y logico lo que se dice en el articulo. Creo que estamos pasando por una nueva forma de guerra silenciosa, que destruye a la sociedad tan bajito, que nadie se da cuenta. ¿porque nos pasa esto a los argentinos?

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