Beatriz Sarlo

Una interesante nota de opinión publicada hoy en Clarin.com por Beatriz Sarlo, donde reflexiona sobre el conflicto y el debate, para todos mis amigos blogueros que discuten muchas veces sobre el sentido y la importancia sobre los comentarios en los posts.

Sin la espada, con la pluma y la palabra

E s frecuente que lectores manden mensajes indignados o extraordinariamente críticos,
en discusión con que han leído en esta columna. No puede sorprender que muchas cosas de las que aquí se publican a alguien le resulten irritantes, mientras que otros piensan que se trata sólo de banalidades. Si no existiera esa diferencia, sería grave porque indicaría una unanimidad de la que habría que sospechar.

Como a muchos, el conflicto de ideas me parece una de las cosas más interesantes que pueden suceder tanto en la universidad como en el periodismo o la política. La Argentina atravesó crisis tan graves y enconadas que muchas veces aparece, como compensación, un discurso blando sobre las bondades atribuidas al acuerdo. Creo lo opuesto: el conflicto es la forma en que posiciones diferentes se enfrentan, miden sus argumentos, se intersectan o, incluso, se influyen. El conflicto de ideas las mejora en lugar de empeorarlas. Cuando muchos ciudadanos expresan el deseo de que todos los políticos se unan, pasan por alto la necesidad de que haya partidos, es decir partes con perspectivas diferentes. Sobre algunas cuestiones no hay unión posible. Voy a poner un ejemplo del pasado: la Ley de Educación conocida como 1.420, que fundó las mejores décadas de la escuela argentina, fue producto de que, como resultado de un conflicto de ideas entre liberales y católicos, los primeros se impusieron sobre los segundos. No salió de una transacción, ni mucho menos de una transa, sino de una batalla parlamentaria y de una votación donde unos ganaron y otros perdieron.

Del mismo modo, hay cuestiones de orden ideológico o moral, como la despenalización del aborto, donde las ideas son irreductibles. En todos los países de Occidente se impuso una u otra posición, a través de leyes o de un plebiscito, y los que perdieron debieron aceptarlo, aunque tienen derecho a seguir reclamando cambios que avalen sus posiciones. Si estoy a favor de la despenalización, es muy difícil que obtenga un acuerdo con quienes la consideran un acto que legitima un crimen. O sea que, pese a acuerdos en otras áreas, nuestra vida está regida por algunas grandes diferencias que no deberíamos temer excepto que aparezca nuevamente en la Argentina la posibilidad de una resolución represiva o violenta.

Como pienso esto para la vida política, sostengo lo mismo respecto de las disidencias que, en una escala de importancia menor, puedan suscitar estas columnas o cualquier otra opinión. En realidad debería confesar que el conflicto de ideas me pone de buen humor, en una especie de tensión productiva. Y escribo la palabra “conflicto” a propósito, para no usar alguna más simpática como “disidencia” que podría indicar que posiciones opuestas pueden siempre, invariablemente, sintetizarse. A veces es posible, otras veces no lo es y por eso existe el voto. Si fuera posible siempre llegar a un acuerdo que sintetizara posiciones, cualquier votación perdería su sentido. Llegamos a votar porque hay diferencias

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