Cierta esperanza de paz

Por Amos Oz
Para LA NACION

JERUSALEN

El triunfo en las urnas de una coalición moderada de centroizquierda, dirigida por Ehud Olmert, implica un cambio importante en la sociedad israelí; quizás, hasta cierto cambio de mentalidad.

Cuando Ariel Sharon, por decisión unilateral, evacuó a los colonos y soldados israelíes de Gaza, en agosto de 2005, lo hizo pese a la oposición mayoritaria de su propio partido y a la resistencia violenta de grupos nacionalistas y religiosos. La izquierda pacifista le proporcionó los medios políticos para dar su paso histórico.

Hace una semana, por primera vez desde la ocupación militar de Cisjordania y Gaza, en 1967, la inmensa mayoría de los israelíes se declararon dispuestos a entregar el 90% de los territorios palestinos ocupados, incluidas algunas partes de Jerusalén.

Dispuestos, sí, pero no felices. Hoy, esa inmensa mayoría ha sancionado con tristeza algo que, por años, tuvo por inconcebible y hasta suicida para Israel.

Este cambio de actitud probablemente no obedezca a la prédica ética de la izquierda pacifista, sino más bien a varios bofetones de la realidad: la violenta rebelión palestina en los territorios ocupados; cierta sensación de aislamiento internacional; la comprensión de que, si Israel se aferra a esos territorios, la balanza demográfica podría inclinarse en favor de los palestinos.

Podría haber una razón todavía más profunda para este cambio: poco a poco, los israelíes han modificado su orden de prioridades. Van pasando de los apetitos territoriales a otros materialistas y hedonistas, de la militancia al pragmatismo, del nacionalismo egoísta a la interdependencia.

Pero entonces, ¿por qué la campaña electoral pareció tan moderada, discreta y hasta un tanto melancólica, comparada con las campañas vehementes, feroces, que solíamos tener? ¿De dónde vino este desgano sobrio y escéptico? ¿Por qué la concurrencia a las urnas fue relativamente baja? Tal vez porque ninguno de los partidos pudo ofrecer respuestas simples para los dos problemas más urgentes de Israel: la carencia de paz y la proliferación de la pobreza, aun en medio de una relativa prosperidad económica.

Ambos problemas están preñados de tristeza, más que de fervor y entusiasmo. Hasta hace dos o tres décadas Israel fue una de las sociedades más igualitarias del mundo democrático. Ahora, tiene una de las brechas más hondas entre ricos y pobres. Los israelíes saben que no la cerrarán con una política socialista drástica, sino, en el mejor de los casos, con un largo y doloroso proceso de corrección gradual. En cuestiones de guerra y paz, también notamos esta renuncia a la esperanza de una solución rápida. Ahora, el partido de Olmert no habla de hacer las paces con los palestinos, sino de desligarse de ellos en forma unilateral. Para quienes todavía creemos en la paz y la reconciliación, esta desvinculación unilateral de Israel es una alternativa inferior, o acaso un último recurso desesperado, que nos entristece.

Hamas no está dispuesto a reconocer el derecho de Israel a existir, sean cuales fueren sus fronteras; se rehúsa incluso a negociar directamente con él, a respetar los acuerdos existentes entre israelíes y palestinos y a renunciar al terrorismo. Su ascenso al poder le provocó una crisis al movimiento pacifista israelí. Dicha crisis no se puede resolver sólo formando un gobierno de centroizquierda, ni siquiera con una desvinculación unilateral de los territorios ocupados. Ciertamente, los pacifistas llevamos largos años abogando por el fin de la dominación israelí sobre Cisjordania y Gaza. Pero sosteníamos que ese fin debía ser el comienzo de la paz. Al parecer, el gobierno de Olmert no nos tiene reservado un trueque de “tierra por paz”, sino de “tierra por tiempo”, en vista de que las ambiciones de Hamas van más allá del reclamo de Gaza y Cisjordania. De ahí la tristeza de los israelíes moderados.

El nuevo gobierno israelí, ¿podrá hacer algo por la paz, en tanto Hamas la rechace de plano? Aparentemente, sí. Podría llevar la cuestión a una instancia superior, por decirlo así. Cuando no podemos resolver un conflicto vecinal con el mocoso pendenciero de la cuadra, todavía nos queda el recurso de hablar con sus padres o su hermano mayor.

En nuestro caso, “la familia del matoncito” es la Liga Arabe, que en 2000 aceptó una propuesta de paz de gran alcance para Medio Oriente. El plan consiste en el retiro de Israel de los territorios ocupados en 1967 y el arreglo de una solución para los refugiados palestinos de 1948, a cambio de un amplio acuerdo de paz entre Israel y todos los Estados miembros de la Liga Arabe.

Desde luego, ni siquiera los pacifistas esperamos que nuestro gobierno se limite a firmar sobre la línea de puntos al pie de esta propuesta exclusivamente árabe. Pero el gobierno recién elegido podría abrir negociaciones directas con una delegación de la Liga Arabe (o sea, en la práctica, con Egipto y Arabia Saudita) dentro de las líneas generales de este plan. ¿Por qué no? No olvidemos que casi todos los gobiernos árabes están tan preocupados -y tan amenazados- por el acceso de Hamas al poder como lo está Israel. Quizás ansíen tanto como nosotros zanjar el conflicto palestino-israelí.

Dado el pragmatismo de unos y de otros, no es en absoluto inconcebible que el nuevo gobierno israelí y los regímenes árabes puedan llegar a un arreglo dentro de un lapso razonable. Después, podrían someterlo a un referéndum del pueblo palestino.

Si consideramos que, en realidad, no más del 41% del electorado palestino votó por Hamas en las elecciones de enero; si tenemos presente que semana tras semana, en las encuestas de opinión, la mayoría del pueblo palestino sigue declarándose dispuesta a aceptar una solución basada en la coexistencia de dos Estados, todavía hay una buena probabilidad de que un acuerdo entre Israel y la Liga Arabe sea adoptado por una mayoría palestina.

En lugar de una desvinculación unilateral de Israel -que inevitablemente dejará abiertos y sangrantes muchos puntos litigiosos- podemos trabajar con Egipto y Arabia Saudita por una paz amplia y duradera.

El autor, escritor israelí, entre otros recibió el Premio Nacional de Literatura de Israel. Entre sus obras más famosas están Una paz perfecta y La tercera condición.

(Traducción de Zoraida J. Valcárcel)

Un comentario en “Cierta esperanza de paz”

  1. Hamas puede ser el vecinito pendenciero del barrio, pero no olvidemos que Israel es el ladrón de la pelota. POr qué se les pide a algunos lo que otros ni siquiera piensan cumplir!!!!!

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