Postales desde la Estación de Servicio YPF

El Auto se quedó. Una correa de no sé que carajo. Y yo, que de mecánica no entiendo nada. Con mil cosas que resolver, y sin poder con ninguna.

Siendo argentino uno se acostumbra a la espera. La paciencia que se confunde con resignación.

Taxi. Conversaciones que no me interesan ni me esfuerzo en evitar. J. B. Justo y Nazca.

En el bar dos nuevos tipos hablan de Menem y de Macri. Estoy aburrido y agudizo mi oido. Me alegra que los taxistas los estén criticando. Uno pide coca “para que se le hinche la panza” y el otro no quiere entregarla porque dice que nunca le pagan.

La distancia cultural a veces es tan corta que me desconozco en la alegría de poder ser parte, entraña, lo sé, de esos a quienes admiro por su esfuerzo cotidiano pero que a veces desprecio en sus expresiones nacidas de horas y problemas en las calles de Buenos Aires.

Yo escribo y el remolque que no llega. El de la otra mesa no larga el diario, mientras encuentra otro conocido para seguir hablando de política. Concuerdo con lo que dice, pero no le digo nada. El “Hijo de puta” al que critica es el Cotti Nosiglia. Somos muy distintos, pensamos tan parecido y nunca llegaremos a hacer nada en conjunto para cambiar esta realidad. Ni siquiera hablarnos.

Los mitos urbanos nacidos en los taxis no aparecen por acá. Los seres mas imaginativos de la urbe porteña no demuestran sus virtudes en este refugio colectivo.

Supongo que lo guardan para soprender a pasajeros crédulos, quienespor un ratito, asistirán asombrados y demostrarán admiración cuando ellos le digan, recien subiditos al táxi: “Papá, viste la mina que se acaba de bajar… ¡No sabes lo que me pasó!”

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