Roque

Dalton

ROQUE

Por Eduardo Galeano
Hace treinta y cinco años, Roque fue asesinado mientras dormía. 
Yo soy uno de sus muchos dolientes. 
Fui su amigo, y lo sigo siendo. 
Su asesinato me dolió, y me sigue doliendo. 
La impunidad me indignó, y me sigue indignando. 
La impunidad estimula a los criminales, y los militantes que matan para castigar la discrepancia no son menos criminales que los militares que matan para perpetuar la injusticia. 
Aquí va mi abrazo, de muchos brazos, a los familiares de Roque, a sus amigos, a sus compañeros, y a las muchas y muchos que no lo conocieron pero lo aman amando las palabras que nos dejó.


(Hoy, 10 de mayo, se cumplen 35 años del asesinato del poeta salvadoreño
Roque Dalton.)

Publicado hoy en Pagina 12.

¿Por qué enseño?

 

P0nja nos explica en su blog “Vida en Línea” porqué enseña.


Enseñanza

 

¿Por qué enseño? Porque no sé. Y como no sé, me pregunto, escucho preguntas, intento respuestas… es un ejercicio mental, la presión del eterno e infantil “¿Por qué?”, molesto, insolente, permanente, taladrándome la espalda, el cerebro, la razón, la conciencia, el alma.

 

Pero no enseño sólo por curiosidad porque ser maestro se siente acá, es incómodo y sublime y es una especie de enfermedad inevitable. No sé hacer otra cosa salvo estar con ellos, e intentar respuestas. Soy maestro porque estamos todos locos y somos soberbios y pensamos que somos imprescindibles, y estamos convencidos de que ellos nos aman, que los suyos nos valoran, que todos los demás nos respetan y que esto es realmente importante. Pero está bien y hasta aceptamos cuando no sucede…

 

Soy maestro porque somos capaces de dar nuestra vida por esto, y cuando digo nuestra vida quiero decir eso, nuestra vida, en el país que piensa que la educación es un gasto, y que maestro es cualquiera, nuestra vida, en donde el stress es la enfermedad docente más extendida.

 

Soy maestro por la prosa intrincada de Roberto Arlt, la magistral capacidad de creación de climas de Rodolfo Walsh y la facilidad de pista de patinaje con que García Márquez se deslizaba entre las palabras del diario El Espectador.

 

Soy maestro porque peleo, peleo contra superiores que no creen en lo que creo, que me miran como si fuera un chico de ocho años, peleo contra instituciones que no te pagan y te dan horas de clase como si te hicieran un favor.

 

Peleo contra un sistema que a diario te dice: -Este lugar no es tuyo, en realidad, es tuyo por hoy, pero vas a tener que volver a ganártelo mañana.

 

Soy maestro por los chicos que me conocen hoy pero que jamás voy a conocer de grande. También soy maestro porque soy un monstruo y porque pienso “hoy no pasó nada, sólo enseñé la multiplicación o la primera guerra mundial o leímos un cuento” cuando miles mueren y otros nacen y lo que en realidad no hay, es un nuevo acto del pésimo teleteatro de la dirigencia.

 

Soy maestro por la enorme capacidad de seducción de los relatos de Eduardo Galeano y por la dulce torpeza de Juan Gelman y por el asombro de las crónicas del gordo Soriano y por Recuerdo de la Muerte, el libro de Bonazzo.

 

Soy maestro porque Borges fue maestro, así como Cortázar, el hombre de la erre gutural y el relato fantástico…

 

Soy maestro porque me enojo. Y porque en un pueblo perdido de Tailandia, pensaban que yo era una persona importante cuando dije que era maestro. Hay en nosotros, alguna cosa desprolija, algo que no cierra, un error de fabricación, hay algo de toque de mesa de saldos en los tipos que andamos por ahí entre los chicos, buscando sabe Dios qué cosa extraer de ellos; sí claro: una idea, una reflexión, una chispa de algo, un nuevo genio, un tipo entero, una efímera posteridad o un nuevo error. Niños molestos, preguntones, perseguidores de la verdad, ingenuos, miserables, somos especialistas en todo.

 

Alguien decía que el maestro es el tipo que completa su educación en público. Irrespetuosos, frívolos y cándidos, relatores de anécdotas tan falsas que merecen ser ciertas, habitantes de la actualidad, pasajeros de claustros, testigos.

 

Es incurable, una permanente e incómoda sensación de necesidad pero llevo puesto mi destino y ya nadie puede librarme de lo que soy.


Pecados – De Eduardo Galeano

Pecados
Pecados

El catecismo me enseñó a hacer el bien por conveniencia y a no hacer el mal por miedo.
Dios me ofrecía castigos y recompensas, me amenazaba con el infierno y me prometía el cielo; y yo temía y creía.
Han pasado los años. Yo ya no temo ni creo. Y en todo caso, pienso, si merezco ser asado en la parrilla, a eterno fuego lento, que así sea.
Así me salvaré del purgatorio, que estará lleno de horribles turistas de la clase
media; y al fin y al cabo, se hará justicia.
Sinceramente: merecer, merezco.
Nunca he matado a nadie, es verdad, pero ha sido por falta de coraje o de tiempo, y no por falta de ganas.
No voy a misa los domingos, ni en fiestas de guardar.
He codiciado a casi todas las mujeres de mis prójimos, salvo a las feas, y por tanto he violado, al menos en intención, la propiedad privada que dios en persona sacralizó en la tablas de Moisés: “No codiciarás a la mujer de tu prójimo, ni a su toro, ni a su asno…”
Y por si fuera poco, con premeditación y alevosía he cometido el acto del amor sin el noble propósito de reproducir la mano de obra.
Yo bien sé que el pecado carnal está mal visto en el alto cielo; pero sospecho que dios condena lo que ignora.