"La Buena Noticia" By Leo Masliah

Suegra peligrosa
La Suegra

Leticio vivía desde hacía diez años con su mujer, a la que amaba con la misma intensidad que el primer día y, quizás, todavía más, y con su suegra, a la que detestaba también con la misma intensidad con la que la había venido detestando todos esos años, o incluso más.

La única razón por la que no la echaba de la casa o no tomaba una medida más drástica, como hervirla en aceite, o no tirarla por el balcón cuando pasara el camión de la basura, era el amor que sentía por su mujer, para quien albergar consigo a su pobre madre enferma constituía un deber ineludible.

Además, como el matrimonio, a pesar de haberlo deseado con fervor, no había podido tener hijos, que, por otra parte no trabajaba, dedicaba todo su tiempo a cuidar de su madre. Pero un día, las cosas amagaron a cambiar radicalmente: Leticio llegó a su casa, luego de una ardua jornada de trabajo, y su mujer lo recibió diciéndole que tenía para darle dos noticias, una buena y una mala. -Voy a empezar por la mala, dijo. Leticio, esta tarde murió mamá.

Leticio corrió al dormitorio de la vieja y vio que, efectivamente, había quedado dura. Entonces, corrió a poner un disco de rock pesado, y se puso a bailar frenéticamente gritando: -¡Qué bueno! Si esa es la mala noticia, cómo será la buena. -La buena, le dijo su mujer, es que voy a ser mamá.

Leticio volvió a saltar de alegría. Hacía diez años que venía deseando tener un niño que alegrara el hogar, y ahora, sin la vieja que escorchara todo el día ese hogar iba a convertirse en un verdadero paraíso.

Pues bien, al día siguiente, después del entierro de su suegra, Leticio se fue a trabajar, y, cuando salió, antes de volver a su casa, fue a comprar ropa de bebé, para levantar el ánimo de su esposa. Pero, cuando llegó a su casa y se dirigió al dormitorio, donde creyó que encontraría a su mujer, encontró que la que estaba esperándolo era la vieja, su suegra. Y estaba viva.

El pegó un grito de horror. Entonces la vieja le dijo: Leticio, ¿qué te pasa? ¿No me reconocés? Soy yo, tu esposa. Yo te dije, ¿no te acordás? Te dije que iba a ser mamá, y no pensé que sucedería tan pronto… pero sucedió, Leticio. ¡Soy mamá!.

Charles Baudelaire: El Crepúsculo de la Tarde

De Spleen de París

Por CHARLES BAUDELAIRE

Traducción de Nydia Lamarque 1º edición, 1961, México, Editorial Aguilar.

Cae la tarde. Un gran apaciguamiento se produce en los pobres espíritus fatigados por la labor de la jornada, y sus pensamientos toman ahora los colores tiernos e indecisos del crepúsculo.

No obstante, desde lo alto de la montaña, a través de los transparentes vapores de la tarde, llega hasta mi balcón un gran aullido compuesto por una cantidad de gritos discordantes, que el espacio transforma en una lúgubre armonía como la de la marca creciente o la de la tempestad que se despierta.

¿Quiénes son los infortunados a los que la tarde no calma y que, como los búhos, toman la venida de la noche por la señal del aquelarre? Este siniestro ulular nos llega del negro hospicio posado en la montaña; y por la tarde, mientras fumo y contemplo el reposo del inmenso valle donde cada ventana dice: “Aquí reina la paz; aquí se gozan las dichas familiares”, puedo yo, cuando el viento sopla de ese lado, mecer mi pensamiento atónito en esa imitación de las armonías del infierno.

El crepúsculo excita a los locos. Me acuerdo de haber tenido dos amigos a quienes el crepúsculo enfermaba. Uno olvidaba entonces todas las relaciones de amistad y cortesía, y maltrataba como un salvaje a cualquiera que se le acercara. Yo lo vi arrojar a la cabeza de un maître d’ hôtel un pollo excelente, en el que creía encontrar no sé qué insultante jeroglífico. La tarde, precursora de las voluptuosidades profundas, le estropeaba las cosas más suculentas.

El otro, un ambicioso fracasado, volvíase, a medida que la luz menguaba, más agrio, más sombrío, más incómodo. Indulgente y sociable aun durante el día, era implacable al atardecer, pues su manía crepuscular se manifestaba rabiosamente no sólo a expensas de los demás, sino también a expensas de sí mismo.

El primero murió loco, incapaz de reconocer a su mujer y a su hijo; el segundo lleva dentro de sí la inquietud de un malestar perpetuo y, aunque se viera gratificado con todos los honores que pueden conferir las repúblicas y los príncipes, creo que el crepúsculo seguiría encendiendo en él la quemante codicia de imaginarias distinciones. La noche, que insuflaba sus tinieblas dentro de aquel espíritu, ilumina el mío, y aunque no sea raro ver que la misma causa engendra dos efectos contrarios, esto me intriga siempre y despierta en mí algo como una alarma.

¡Oh, noche! ¡Oh refrescantes tinieblas! ¡Ustedes son para mí la señal de una fiesta íntima, Ustedes son la liberación de la angustia! ¡En la soledad de las llanuras, en los laberintos pétreos de una capital, centelleo de estrellas, explosión de reverberos, son los fuegos artificiales de la diosa Libertad!

¡Crepúsculo, qué dulce y tierno eres! Las rosadas lumbres que perduran en el horizonte como la agonía del día bajo la opresión victoriosa de su noche, las luces de los candelabros que manchan con un rojo opaco las postreras glorias del poniente, las pesadas colgaduras que una mano invisible corre desde las profundidades del oriente, imitan todos los complicados sentimientos que se disputan el alma del hombre en las horas solemnes de la vida.

También se las podría comparar con esos extraños trajes de bailarina, en los que una gasa transparente y sombría deja entrever los amortiguados esplendores de una falda rutilante, como bajo el negro presente se trasluce el delicioso pasado; y las vacilantes estrellas de oro y plata que la realzan, representan los fuegos de la fantasía que sólo arden bien bajo el profundo luto de la Noche.

Pancho Aricó por Beatriz Sarlo

Luis Alberto Romero
Club de Cultura Socialista. Argentina, julio del 2008.

Hablé por teléfono a su casa, Rafael me informó que estaba en el extranjero, entonces le escribí un correo electrónico. Está acostumbrada a dictar conferencias o clases en universidades de diferentes países. Se trata de una intelectual de dilatada y reconocida trayectoria. Más allá de las coincidencias o diferencias que despierta, su obra no puede ser obviada cuando se estudia la cultura argentina.

Beatriz Sarlo, de ella hablo, no sólo ha publicado decenas de libros de ensayos e investigaciones, sino que por treinta años dirigió Punto de vista, revista de crítica cultural. El primero de los noventa números de la misma apareció en 1978 y fue un espacio intelectual opositor a la horrorosa dictadura militar que entonces atacaba todo espacio de libertad. Sarlo siempre estuvo al frente de este hito de la crítica cultural argentina, a la par de ello es colaboradora habitual en diferentes revistas y diarios del país. No pocas veces sus artículos fueron traducidos a otros idiomas.

Le escribí preguntándole si podria comentar algunas cosas, vía email, acerca del villamariense José María (Pancho) Aricó para ser publicadas en El Diario. Responde de manera inmediata diciendo que sí. Aquí lo producido en ese intercambio.

-¿Puede describirnos cómo conoció a José María “Pancho” Aricó y la impresión que entonces le causó tanto él como su trabajo?

-Lo conocí en 1972 cuando Aricó era editor de Siglo XXI de Argentina. Con generosa y desprevenida confianza, que se sostenía en la idea de que no era necesario trabajar sólo con los más próximos, sino abrir las puertas a otros, Pancho me ofreció la traducción de El oficio de sociólogo de Pierre Bourdieu, trabajo que nunca le entregué. Pero antes de eso, a Aricó, de cerca o de lejos, lo conocían todos: era una de las figuras más destacadas, ya casi míticas, de la izquierda intelectual argentina. Todos habíamos leído Pasado y Presente y los Cuadernos de Pasado y Presente; todos sabíamos que él había impulsado la traducción de los Grundisse de Marx y que estaba trabajando con Pedro Scaron, de modo obsesivo y pasional, en la nueva traducción de El Capital. Aprendimos marxismo en los libros traducidos o editados por Aricó. Después, durante su exilio en México, lo visité junto a Carlos Altamirano. Y esperamos ansiosamente su regreso a la Argentina”.

-Nos enteramos de que se estaría preparando la edición de las obras completas de Aricó. Según usted, qué importancia tiene rescatar la producción de este intelectual argentino?

-“Aunque los libros de Pancho se fueron editando bien durante la década del 80, y Horacio Crespo coleccionó reportajes en un libro singularmente valioso, ya que Pancho era un hombre que se destacaba en la oralidad, mucho de lo escrito todavía está disperso, y lo que está recopilado merece una edición crítica. No se trata de un rescate, ya que no pienso que sus obras hayan desaparecido, porque Aricó es un hombre citado y comentado en el presente. Se trata, más bien, de que las obras completas suponen un ordenamiento más o menos definitivo, notas que indiquen la oportunidad de la publicación de los textos, todo un aparato erudito en el que Pancho, precisamente, se destacó cuando editaba a otros. La erudición bibliográfica de Pancho era simplemente asombrosa y sería un acto de justicia que sus obras completas fueran preparadas como él hubiera preparado las de otro intelectual. Perseguía datos, referencias, nexos, concatenaciones y conflictos. Quizá el mejor homenaje sería tomarlo a él como editor modelo para organizar sus obras”.

-Viendo el acercamiento a la producción de Antonio Gramsci y el papel que jugó en la difusión de ese autor, no es difícil advertir que Aricó, junto a otros “gramscianos argentinos”, mantenían una visión de los intelectuales que escapaba a lo establecido por la ortodoxia. Cómo describiría usted al Aricó intelectual, no sólo en relación con el compromiso con la realidad latinoamericana y su producción bibliográfica sino también en relación a la práctica política concreta en nuestro país.

-“Pancho era una extra o mezcla de practicidad y pensamiento crítico. Sabía cómo hacer materialmente una revista, la corregía, la editaba, suscitaba artículos. Se comportaba como un organizador de la cultura de izquierda y, en este sentido, era un gramsciano profundo y permanente. Para él no había tarea chica ni trabajo que no mereciera hacerse. Pero, además descollaba como organizador de grupos intelectuales, como punto de agregación de voluntades políticas y de vocaciones.Escuchaba tanto como hablaba, y hablaba mucho, es decir que también escuchaba mucho, especialmente a aquellos que acababa de conocer, especialmente a los jóvenes. Siempre pensó que un intelectual socialista debía tener contactos concretos con la política, incluso si carecía de partido. Se sentaba en reuniones interminables con militantes o con dirigentes. Quería convencer y no le resultaba indiferente el resultado práctico de una discusión de ideas. Era un organizador político en un momento donde ya comenzaban a cambiar por completo las formas de estructuración partidaria. No le importaba mucho contradecirse en cuestiones que no juzgara fundamentales. Le importaba más captar la dirección de una época.

-¿Podría comentarnos el papel que Aricó jugó en el Club de Cultura Socialista y su participación en la revista Punto de vista?

-En Punto de vista Pancho estuvo poco tiempo. Creo que venía de México con la idea de fundar otra revista, que fue la ciudad futura. Temperalmentalmente, Pancho hubiera preferido que las dos revistas fueran una sola, pero eso no era posible. El venía de una experiencia, el grupo de “Punto de vista”, de otra. Podían juntarse en el Club de Cultura Socialista, pero habría sido demasiado frágil y voluntarista la confluencia en una sola publicación. En cuanto al club, es imposible exagerar la importancia, la centralidad, la dinámica de Aricó. Era el corazón del proyecto, quien más confiaba en su necesidad, quien más se jugaba para hacerlo posible. Siempre pensó que el club debía ser un puente que vinculara diversos sectores socialistas y también a los radicales de inspiración social-demócrata, de los que se sintió cerca, o incluso, puede decirse que por momentos fue uno de ellos, sin dejar de considerarse a sí mismo un socialista. Tenía la rara capacidad para acercar posiciones y era, al mismo tiempo, un hombre de discusión y de síntesis. En la unión de esas cualidades, que no se dan juntas sino pocas veces, se definía la personalidad ideológica de Aricó, su temperamento”.

Publicado originalmente en El Diario (junio de 2008).

Moliere: La trágica muerte de un cómico

No sé porqué la risa nunca fue tan valorada como el llanto. Aún en nuestros días la comedia es vista como un género menor, que no merece el mismo respeto que otros.

Un caso que siempre me llamó la atención y del que ahora me acuerdo debido a que estoy releyendo algunas de sus obras teatrales y conociendo otras, es la vida de Moliere, y sobre todo su muerte.

El gran autor y actor Moliere murió en 1673 a los cincuenta y un años, luego de haberse esforzado sobre humanamente para finalizar una presentación de “El enfermo imaginario”.

Cuando intentaron enterrarlo, el cura de su parroquia (San Eustaquio) le negó la sepultura. Si bien su viuda se ofendió e indignada dijo “¡Cómo le niegan aquí la sepultura cuando en Grecia le hubieran levantado altares!” era algo previsible. Por ejemplo, en “El ritual de París” (edición de 1654) se prohibía enterrar en sagrado a las “rameras, concubinas, cómicos, usureros, brujos, etc”.

Para lograr una sepultura cristiana, debió interceder el propio Luis XIV.

Encontré un relato de uno de los testigos presenciales del sepelio que vale la pena compartir:

“El martes 21 de febrero de 1673, hacia las nueve, salió la comitiva fúnebre de Juan Bautista Poquelin Moliere, tapicero-ayuda de cámara real, ilustre comediante, sin más pompa que tres eclesiásticos; cuatro curas han llevado el cuerpo en un ataud de madera recubierto con el paño mortuorio de los tapiceros; seis monacillos de azul, llevando seis cirios en seis ciriales de plata; varios lacayos, llegando hachones de cera encendidos.

El cuerpo, recogido en la calle de Richelieu, frente al hotel de Crussol, ha sido transportado al cementerio de San José y enterrado al pie de la cruz. Había gran aglomeración de pueblo, y han hecho repartir 1200 libras a los pobres que allí se encontraban, a razón de cinco sueldos a cada uno. El susodicho señor había fallecido el viernes 17 de febrero de 1673, por la noche. El señor arzobispo había ordenado que fuera enterrado allí, sin pompa alguna, prohibiendo incluso a los curas y religiosos que celebrasen ningún servicio por él”

Maldito Sabina

Este post es un trabajo de Gonzalo Strano, colaborador de Listao, autor también de “Alguien conoce a Eugenia?


No intento hablar de la vida de Sabina, ni de sus delirios, ni de sus benditos malditos.

Mi relación con Joaquín es como un partido de fútbol, donde el flaco siempre me gana…siempre tira la pelota justa en el lugar indicado.

Estoy convencido que a Joaquín lo aman por igual mujeres y hombres. Ellas porque se derriten con esa voz de lija, con esa garganta con arena… Ellos, simplemente porque lo entienden, por considerarlo un cómplice más que un contrincante.

Es que es difícil no sentirse identificado con sus letras, es muy difícil no tener esa sensación de “me lo está diciendo a mí”.

Y uno tiene sus momentos de debilidad, donde una letra te araña el corazón, te pone la piel de gallina, te afloja… Y Joaquín, lo sabe. Él tira el pelotazo y nosotros, como buenos seguidores, nos dejamos hacer el gol, porque entendemos que sería sumamente aburrido atajar todos los pelotazos.

Debo admitir que a mí, a veces incluso en una misma canción, me gana por goleada.

Veamos un ejemplo de tiros directos al arco:


  • “Sólo me pongo triste cuando alguno, en el momento más inoportuno, me pregunta por ti”.

  • “Pero el tiempo de los besos y el sudor…es la hora de dormir”

  • “Yo no quiero un amor civilizado, con recibos y escenas del sofá”

  • “Los besos que perdí por no saber decir te necesito”

  • “Ahora que nos besamos tan despacio…”

  • “Este almacén de sábanas que no arden, este teléfono sin contestador, la llamaré mañana, hoy se me hizo tarde, esta forma tan cobarde de no decirnos que no.”

  • “Algunas veces gano y otras veces pongo un circo y me crecen los enanos”

  • “Estaba sólo cuando al día siguiente el sol de desveló me desperté abrazando la ausencia de su cuerpo en mi colchón”

  • “Si llevas grasa en la guantera y un alma que perder, aparca, junto a sus caderas de leche y miel.”

  • “Pero dos no es igual que uno más uno”

Bueno, como verán… Sabina es un hijo de puta. Pero es un hijo de puta que vale la pena leer, escuchar, mirar y sobre todo, tratar de entender.

Si nos alejamos del romanticismo, encontramos otras frases o ideas de este tipo que también son, a mi entender, maravillosas

  • “La monarquía es un déficit democrático que sufrimos por herencia”

  • “El amor es una epidemia que se acaba con el tiempo”

  • “Está bien tener sombrero por si se presenta una buena ocasión para quitárselo”

  • “Hay que condenar todas las muertes, incluso la natural.”

  • “Mi plan es envejecer sin dignidad.”

  • “Pelearé hasta el último segundo y mi epitafio será: No estoy de acuerdo.”

Intenté armar una lista de las 5 mejores canciones de Joaquín, y fui anotando las que más me gustaban… terminé con una lista de 17 de las que me fue imposible elegir sólo 5. Así que me rindo a sus pies.

Los invito a escucharlo, los invito a conocerlo. Y a aquellos que como yo, lo conocen, los invito a seguir sufriéndolo.

¡Todo era Amor! de Oliverio Girondo

Oliverio Girondo es mi poeta preferido. Hace rato que no leo ni posteo nada sobre él, y creo que ya entre tantas noticias de publicidad y tecnología que vengo publicando, nos viene bien regalar a todos los que leen Listao, un poco de sensibilidad porteña.

Girondo dibujado

Olvidense de Google, de los Iphones, de Facebook, Instagram por un rato y lean en voz alta. Si pueden elegir a alguien a quién leérselo, mejor.

¡TODO ERA AMOR!

¡Todo era amor… amor!
No había nada más que amor.
En todas partes se encontraba amor.
No se podía hablar más que de amor.
Amor pasado por agua, a la vainilla,
amor al portador, amor a plazos.
Amor analizable, analizado.
Amor ultramarino.
Amor ecuestre.
Amor de cartón piedra, amor con leche…
lleno de prevenciones, de preventivos;
lleno de cortocircuitos, de cortapisas.
Amor con una gran M, con una M mayúscula,
chorreado de merengue,
cubierto de flores blancas…
Amor espermatozoico, esperantista.
Amor desinfectado, amor untuoso…
Amor con sus accesorios, con sus repuestos;
con sus faltas de puntualidad, de ortografía;
con sus interrupciones cardíacas y telefónicas.
Amor que incendia el corazón de los orangutanes,
de los bomberos.
Amor que exalta el canto de las ranas bajo las ramas,
que arranca los botones de los botines,
que se alimenta de encelo y de ensalada.
Amor impostergable y amor impuesto.
Amor incandescente y amor incauto.
Amor indeformable. Amor desnudo.
Amor amor que es, simplemente, amor.
Amor y amor… ¡y nada más que amor!

Si les gustó les recomiendo leer, “No se me importa un pito” el poema más conocido de Oliverio Girondo.

Sin novedad en el Frente.

Pasaron años desde que escuché por primera vez de la boca de mi abuelo los relatos de la guerra a los que hacía referencia este libro escrito por Erich Maria Remarque.

Escrito en primera persona relata las atrocidades de la guerra de trincheras que sufre un soldado alemán durante la primera guerra mundial.

Casualmente al comenzar este libro tuve una discusión con una graduada de Comunicación Social, cuya tesis se basó en las “voces silenciadas” de un grupo de veteranos de la guerra de Malvinas, que a diferencia de muchos otros, no se ven a si mismos como víctimas sino como parte de una gesta histórica.

Acusado de “posmoderno vendepatria” aliado del imperialismo, cosa que fue original al menos ya que nunca me lo habían dicho antes, recordé las palabras de mi abuelo cuando me contaba sobre los ex combatientes de la guerra civil española, y del librito que tantas veces me recomendó y que finalmente, luego de un par de años de su fallecimiento hoy termino de leer.

Para los que destestan la guerra en todas sus formas encontrarán en “Sin novedad en el frente” un alegato contra ella. Para los otros, almas beligerantes que cantan loas a la misma (casi siempre sin animarse a poner el cuerpo en los combates) se los recomiendo aún más.

¿Alguien conoce a Eugenia?

Hoy les traigo un relato de Gonzalo Strano, compañero de Greenpeace, quién recorriendo las calles de Buenos Aires, encontró una gran historia amor, en un graffiti callejero.

Autor: Gonzalo Strano.

En algún momento ella dejó de mandarle mails a E. condenándolo a extrañarlos… a decir verdad, E. la extraña a ella. Y se lo escribió en una pared, como graficando para siempre ese dolor. En la calle Charlone 375 puede leerse su lamento.

Quizás, Eugenia es una morocha infartante, de esas que abundan por la zona del Abasto, o una rubia platinada, de esas que abundan en la tele. O mejor aún, Eugenia tal vez es una pelirroja con la cara llena de pecas, y con bucles que le vuelan al viento como en las propagandas de shampoo.

Si alguien la conoce, que me haga el favor de avisarle que E. la extraña.

Pensemos un poco en E.

¿Será Esteban? ¿Emiliano? ¿Ernesto? ¿Evaristo? ¿Elena? ¿Elsa? ¿Esther? ¿Enrique? ¿Ezequiel? ¿Emilio? ¿Eva? ¿Eugenio? ¿Eleonor? ¿Eleonora? ¿Emanuel? ¿Eduardo? ¿Edgardo? ¿Estefania? ¿Estéfano? ¿Efraín? ¿Elizabeth? ¿Edith? ¿Ema? ¿Erica? ¿Evangelina? ¿Ernestina? ¿Elisa? ¿Evelyn?

¿O quizás el destino es tan retorcido, y maravilloso, que E. se llama también Eugenia? ¿No vamos a ponernos fachos con el tema de las sexualidades verdad?

Quién quiera que seas, E…. ¡Fuerza Carajo! No dejes un solo día de revisar tu casilla de correo, concentrate con todas tus fuerzas cuando te estás logueando… ¿Quién te dice que un día Eugenia te mande otro mail?

A ver… Permitime proponerte algo… No importa el por qué dejó de escribirlos… Ya no.

Ahora, hay miles de personas que están haciendo fuerza para que en algún lugar, alguna castaña, mezcla rara de rubia diva y morocha infartante con pecas en la cara, vuelva a ser tu EUGENIA.

Alfred Polgar y su discurso contra la guerra

No es novedad que me gusta revolver en los saldos de librerías de usados. En este caso, en Punta Mogotes, encontré un libro de un autor que nunca había leído antes: Alfred Polgar.

Lo que me llamó la atención para desembolsar los $12 que me costó el libro, fueron las recomendaciones de dos autores que me gustan mucho: Walter Benjamin y Franz Kafka. Les transcribo las citas que leí en la contratapa:

“Las frases de Alfred Polgar son tan fluidas y agradables que acogemos sus textos como una especie de entretenimiento social inofensivo, y no nos percatamos de como nos influyen y educan. Bajo el guante frío de la forma se esconde una voluntad fuerte e intrépida”
Franz Kafka

“Como una aparición, emergió de la Viena en decadencia un mundo de imagenes escondido, y en los muros de sus casas, en el estuco mellado, se pudo apreciar como si fuera una mancha blanca, el sello premonitorio que Polgar ya había sabido leer”
Walter Benjamin

Como casi no hay obras suyas publicadas en Internet, me tomé el laburito de copiar uno de sus textos para el deleite de los lectores de Listao. En este caso, se trata de un discurso dirigido a las víctimas de las guerras a las que el autor se opone visceralmente.

Discurso, por desgracia nunca pronunciado, ante la tumba de las Víctimas.

Hablo con vosotros, los muertos; sin embargo, al decir “vosotros” estoy ya tergiversando, hago juegos de manos, me interno en una niebla retórica, en unas tinieblas propicias a toda clase de rumores. Porque ¿en quién estoy pensando cuando digo “vosotros”? ¿Me refiero a los cadáveres que están en sus ataúdes, a los pulvurulentos despojos que hay en las urnas, cosas, por tanto, objetos a los que no cuadra (si no es en los cuentos) ni el “Tú” ni tampoco el “yo”? ¿O me refiero, al decir “vosotros”, a lo que fuisteis antes de convertiros en lo que sois ahora? Entonces mi “vosotros” sería también un engaño, aunque sólo fuera porque vosotros ya no sois en lo mínimo aquello que fuisteis, sino algo completamente diferente: muertos; solo por eso os dedico mi solemne discurso.

Permitidme con todo, os lo ruego, este hipotético “vosotros”, pues de lo contrario mi discurso no conseguiría tomar alas y, por otra parte, ya sabéis que es la costumbre invocar a los muertos mientras se les entierra, es decir, cuando se hallan ya a varias eternidades de distancia, como si estuvieran a nuestro lado, como si estuvieran poniendo el pie en la barca de Caronte y pudieran todavía prestar oído a nuestro lacrimoso “¡buen viaje!” y contemplar el húmedo pañuelo con el que le decimos adiós. (Yo he llegado a oír cómo alguien despedía con un Leb Whol! a un muerto al que iban a la fosa, lo que sonaba casi como si le aconsejaran tranquilidad y buenos alimentos.)

Me permito, pues, la mentira de decir “vosotros”. Será sin embargo la única mentira de la que se pueda acusar a mi oración: lo que sigue es la pura verdad, despiadada, imperturbable, no traicionada por las lágrimas, la que sólo se puede decir hablando con los muertos, con un auditorio que no oye nada. Dicho esto, ni puedo dejar de manifestarnos que fuisteis unos locos consumados al sacrificaros por una “causa”, que cometisteis una estupidez ilimitada, atroz, realmente merecedora de la muerte, al deshaceros de la vida en nombre precisamente de aquello que la hacía, en vuestra opinión, digna de ser vivida, cuando, para salvar el contenido hicisteis pedazos, insensatos, el recipiente que lo protegía. Exhorto pues, como los demás oradores y sin embargo de otro modo, a vuestros hermanos a que tomen ejemplo de vosotros. Disuasorio. Al morir por ella, habéis causado un daño irreparable a la “Idea” por la que vivisteis; vuestra muerte, en el mejor de los casos, le ha servido de adorno, de patético atavío, mientras que vuestra vida le servía de fuerza motriz, de piedra basilar, de espíritu, de manos que construyen, de voluntad y de pasión. Vuestra muerte hace avanzar la causa por la que habéis muerto, afirman los pregoneros de vuestra iglesia, pues, en su opinión, quien quiera contribuir a redimir a la humanidad ha de estar dispuesto a sacrificar su vida ante tal empresa. Puede ser (dejando aparte que cada redención de la humanidad se limita a dejarla en un estado a su vez que requiere a su vez una nueva redención, y así de nuevo, en una espiral infinita). Puede ser. Pero sacrificar la vida a una empresa, lo que significa es, bien entendido, dedicarle todas las energías y posibilidades de las que esa vida dispone, y no, como habéis hecho vosotros, arrebatársela radicalmente. ¿O acaso creéis de verdad que vuestra vida significa algo grandioso para la idea por la que vivíais? ¡Qué aires delirantes de Redentor, qué sobrevaloración megalómana de vuestro ya-no-estar, qué puerilidad tomar en serio el patetismo retórico con el que los supervivientes revisten vuestra muerte para no tener que reconocerla en toda su crasa insensatez!

A los que celebran que hayáis muerto por la causa, ¿de dónde les viene el valor de hablar así? De la certeza de que ya no podéis oír lo que dicen. Si les faltara esa certeza, se cuidarían de mantener la boca cerrada y de agazaparse, muertos de miedo, en el corro más denso de los vivos. Venid, si es que algo terrenal os puede preocupar todavía, volved dentro de poco de la nada en la que os habéis precipitado y comprobad los resultados de vuestro heroico sacrificio. Preguntad a los que estuvieron más lejos de vosotros qué ha sido de la perpetua memoria que os fue prometida: con periódicos viejos habrán de refrescar la suya aquellos que juraron no dejaros caer en el olvido. Preguntad a los que estuvieron más cerca de vosotros si la idea sublime por la que los dejasteis ha restado amargura a alguna sola de sus lágrimas. Me tengo que habréis de oír a esposa e hijos maldecir la causa por la que derramasteis vuestra sangre. Volved al cabo de los años y buscad los templos sobre cuyos alteares os dejasteis inmolar. No encontraréis sino ruinas pintorescas, depuestos ya los dioses, reducidos a los sacros rituales a números de archivo, testimonio de los errores e insanos desvaríos de tiempos ya pasados.

Yo no sé en aras de qué causa, partido, deber o idea habéis muerto. Supongo que aquello en cuyo dudoso interés os dejasteis masacrar debe de haber sido algo muy alto y muy hermoso. Pero eso no cambia en nada lo absurdo de vuestra acción. Como os faltaba luz en esta tierra efímera, os habéis precipitado en la interminable oscuridad. Para perfeccionar el mundo en el que respirabais, un mundo que existía, sin embargo, sólo en vosotros y a través de vosotros (pues el mundo es una función, una ficción del yo, y con la destrucción de cada yo es el mundo entero el que se destruye), lo habéis aniquilado enteramente. Por enaltecer la vida os habéis pasado a la muerte, su enemigo primordial.

Vuestros correligionarios os tranquilizan diciendo que vuestra muerte no habrá sido en vano y se tranquilizan a sí mismos con el argumento que sin víctimas la humanidad no progresa. Tal vez sea cierto. Lo que yo creo, es sin embargo, que sólo habremos llegado a una fase superior del desarrollo cuando los combatientes se avergüencen de los compañeros inmolados en vez de enorgullecerse de ellos, cuando se depositen coronas en las tumbas porque nadie yace en ellas y cuando el culto a los caídos se sustituya por el culto a las tumbas vacías.

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¿Querés leer más sobre política internacional? ¿O Quizás sobre literatura?

Simone de Beauvoir

Eugenia mandó un email hoy a sus amigos, recordando el cumpleaños de Simone de Beauvoir con el texto que sigue a continuación y con su declaración: “no todas mujeres queremos tener un programa en el Cable y salir en TV. Un ejemplo de que tampoco tenemos que ser Susanita. Claro que ser como Simone de Beauvoir es más complicado. “.

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Simone de Beauvoir, a 100 años de su nacimiento

Una mujer con muchos hijos

Escribió, militó y vivió. La autora de “El segundo sexo” y “Los mandarines”, entre otras obras, expresó un modelo de feminidad que en su momento provocó escándalo y marcó un camino. Su figura, hoy, es objeto de debates y homenajes, que coinciden en considerarla una precursora.

Por Silvina Friera

Los franceses no saben qué hacer con esa mujer tan admirada como denostada. Sus amigos la apodaban “Castor” como símbolo de su espíritu constructor y preciso, sus enemigos la llamaban “la gran sartresa” o, peor aún, “Notre Dame de Sartre”. Cuando se pretende opacar su obra, adhiriéndola al destino de un hombre, nada mejor que apelar a la “compañera intelectual” de Jean-Paul Sartre, aunque no faltarán quienes preferirán bajarla de ese ambiguo podio de “igualdad” que compartía con el escritor y filósofo existencialista, recordándola apenas como “compañera sentimental”.

Cuando se impone el bronce o el mito –algo que parece inevitable–, se la presenta como la autora del libro de cabecera de la revolución feminista, El segundo sexo, como paradigma de “la mujer liberada” que vertía reflexiones atrevidas y escandalosas para la época, que osó denunciar filosóficamente la opresión masculina a partir de la sexualidad. En el centenario del nacimiento de la escritora Simone de Beauvoir, comienzan hoy los homenajes y coloquios con biógrafos y especialistas de su obra en París, quienes continuarán reflexionando sobre la vida y la obra de una escritora que ha provocado heridas en la cultura francesa que aún no cicatrizan.

Simone de Beauvoir nació en París el 9 de enero de 1908 y murió en esa ciudad el 14 de abril de 1986. Perteneciente a una familia de la alta burguesía parisina, fue educada bajo una fuerte moral cristiana, pero logró emanciparse de sus orígenes para elegir un destino muy distinto al que su medio le reservaba. Estudió filosofía en la Ecole Normale Supérieure de París, donde conoció a Jean-Paul Sartre, lo que fue según ella “el acontecimiento fundamental de mi existencia”.

Muy pronto vio en Sartre a alguien con quien compartir sus aspiraciones. Su historia de amor con el autor de La náusea, que con altibajos duraría hasta la muerte, ha sido considerada un ejemplo de libertad amorosa para las generaciones posteriores. “No nos juramos fidelidad, pero éramos conscientes de ser la persona más importante para el otro”, aseguró la escritora en sus memorias.

Desde el principio, la relación se caracterizó por la independencia, sentimental y sexual, de ambos: no se casaron, vivieron juntos sin compromiso y no tuvieron hijos. Construyeron un puente sin aduanas hacia sus respectivos universos, aunque esta pareja paradigmática hoy está siendo revisada a la luz de sus cartas, para comprobar si la relación de total intercambio y mutuo apoyo pregonada por De Beauvoir no fue en realidad su creación literaria más convincente.

A pesar de que enseñó filosofía en Marsella y Rouen, De Beauvoir quería ser, sobre todo, escritora. Después de su periplo docente, regresó a París y en 1943 publicó su primera novela, La invitada, en la que plantea un enfoque por entonces novedoso en cuanto al tratamiento psicológico de los personajes. Pronto aparecerían La sangre de los otros (1944) y Todos los hombres son mortales (1947), un gran ejemplo de “novela filosófica” que da cuenta de la temática existencialista al defender la inutilidad de toda empresa humana. La ocupación alemana durante la Segunda Guerra Mundial la alejaría definitivamente de la enseñanza. Con Sartre, Merleau Ponty y Raymond Aron, entre otros, fundó en 1945 la revista Les Temps Modernes. Con la abogada Giséle Halimi creó la asociación Elegir, a favor del derecho a una maternidad deseada; con la actriz Delphine Seyrig, el Centro Audiovisual Simone de Beauvoir, y en 1974 participó de la creación de la Liga de los Derechos de la Mujer, de la que fue presidenta.

El 24 de mayo de 1949 apareció El segundo sexo (en las primeras semanas alcanzó una cifra de ventas de 22 mil ejemplares, y desde entonces lleva vendidos 1.200.000 sólo en Francia), un análisis político sin precedentes sobre la condición de la mujer, una bomba que la escritora arrojó contra el sistema patriarcal. En la introducción de este gran ensayo, De Beauvoir confesaba que durante mucho tiempo dudó en escribir un libro sobre la mujer. Su postulado central según el cual “no existe destino biológico femenino”, que la supuesta inferioridad femenina es una construcción social –lo que Françoise Héritier define como “una primera manera de hablar de género”–, provocó una polémica gigantesca.

Michelle Perrot, historiadora y codirectora junto a Georges Duby de la publicación en cinco volúmenes de La historia de las mujeres en Occidente, atribuye parte del impacto de la obra al hecho de que Simone de Beauvoir analizaba crudamente la sexualidad femenina. “Osó describir sin eufemismos la sexualidad de las mujeres hablando de vagina, clítoris, reglas, del placer femenino… temas que, por aquellos años de la posguerra, seguían siendo tabú”, opina Perrot.

Entre sus libros se destaca la trilogía autobiográfica Memorias de una joven formal (1958) –en la que se pronunciaba en contra del tono abstracto: “Lo que soñaba con escribir era ‘una novela de la vida interior’; quería comunicar mi experiencia”–, La plenitud de la vida (1960) y La fuerza de las cosas (1963), y las narraciones Una muerte muy dulce (1964), escrita después de la muerte de su madre, y La mujer rota (1967). El balance de una vida dedicada a la militancia existencial, política y feminista se encuentra en La vejez (1970) y Final de cuentas (1972).

En 1981 publicó La ceremonia del adiós, en la que ofrece una controvertida versión de sus relaciones con Sartre. “El problema de la mujer siempre ha sido un problema de hombres”, dijo la escritora francesa a modo de advertencia. La novela preferida por De Beauvoir era Los mandarines, que pone en escena el antagonismo entre Sartre y Camus, y con la que ganó el prestigioso premio Goncourt en 1954. “La escribí en un momento en el que estaba verdaderamente en el fuego de la vida, yo sentía el problema del tiempo y escribí esta novela con mucha pasión”, afirmó la escritora en una entrevista publicada por Le Monde en 1978. “Mis ensayos reflejan mis opciones prácticas y mis certezas intelectuales; mis novelas, el desconcierto al que me arroja, en general como en los detalles, nuestra condición humana. Corresponden a dos dimensiones de la experiencia que no sería posible comunicar de igual modo. Tanto los unos como las otras tienen para mí igual importancia y autenticidad; no me reconozco menos en El segundo sexo que en Los mandarines, e inversamente. Si me he expresado a través de dos registros diferentes, es porque esta diversidad me resultaba necesaria”, comparaba De Beauvoir su incursión en el ensayo y la novela.

Ironías del destino mediante, la mujer que no quiso tener hijos se encuentra con miles de hijas en el mundo. De Beauvoir es venerada por las feministas, sobre todo fuera de Francia, que leen y estudian su obra. En India, según la periodista Bénédictine Manier, “las indias citan a Simone de Beauvoir en cualquier conversación sobre mujeres al cabo de diez minutos”.

En el centenario de su nacimiento hay mucha tela para cortar, mucho por decir, escribir y descubrir –especialmente su literatura, tal vez desplazada de foco por sus ensayos y su militancia feminista– sobre esta gran escritora y pensadora que marcó la vida de miles de mujeres en todo el mundo.