Ósculos

La plaza acumula las alegrías pasajeras del efímero amor de la pareja. A pesar de saberlo, ellos se besan. Y el mundo desaparece. Sólo quedan los corazones entrelazados en ese largo beso. El resto pasa y mira, pero ellos no lo notan. Están demasiado ocupados.
Un perro intenta comer su cola, tan absorto en lo suyo como ellos en lo de ellos.
Termina el beso, termina el perro.
Ya no existe la pareja ni la plaza. Tampoco el perro. O vos. O este relato.
No existe la vida más allá de los besos.

Ósculos
Ósculos

Solaria: un futuro de ficción que se adelantó a un presente real

 

Solaria
Solaria

En uno de los libros de Isaac Asimov llamado “El sol desnudo” el autor relata la realidad de un planeta muy lejano de la tierra llamado Solaria.

En ese mundo, mucho más avanzado tecnológicamente que el nuestro, viven hombres del espacio, los cuales no se comunican en forma presencial, si no que lo hacen a través de unas pantallas ubicadas en todas las partes de su casa. Estas personas tienen pavor al encuentro en forma personal, a tocarse o incluso estar juntos en una misma habitación.

Por situaciones varias que se dan en la novela, un detective terrestre debe abandonar la Tierra por primera vez para investigar un crimen en Solaria. Al viajar allí descubre esa particular realidad.

Mientras tanto en la Tierra los habitantes viven bajo tierra por temor al espacio abierto, reservado solamente para robots que trabajan produciendo la energía y el alimento necesario para que los habitantes (humanos) que viven subterraneamente puedan vivir sin necesidades.

En ambos mundos, que a primera vista pueden parecer muy extraños, existen muchas similitudes con nuestra realidad. Sobre todo, la forma en que los temores organizan a la sociedades.

Esa capacidad que tienen los solarianos de manejar las ciencias de la creación y dominio de los robots es a su vez su fuerza y lo que los hace vulnerables. Su bendición y su condena. Lo mismo pasa con los terrícolas que no salen a la superficie su planeta por temor.

Hoy, donde se nos ofrecen multiplicidad de canales de comunicación en tiempo real, y sentimos que estamos comunicados al utilizar nuestras pantallas mientras que cada vez nos encontramos menos en persona.

Nos auto engañamos cuando decimos qué estamos “hablando” con alguien cuando en realidad estamos enviándole unas líneas de texto a través de nuestro teléfono celular. Lo mismo cuando decimos qué conversamos porque estamos comentando una foto subida en una red social

Obviamente, no niego que exista un proceso de comunicación en esos hechos, pero el sentimiento igualatorio de una actividad con otra es una mera ilusión que enmascara cual es el impacto de la tecnología en nuestras vidas y cuáles son los mecanismos que utilizan y que no vemos para hacernos cambiar un comportamiento por el otro.

¿Tenemos en claro que estamos perdiendo y que estamos ganando cuando dejamos una práctica cultural antiquísima y tan profunda para pasar a una nueva sin entender los impactos que puede tener nuestra sociabilización en nuestro relacionamiento y nuestra sociabilidad.?

Pueden acusarme de anti tecnológico o de retrógrado pero los que conocen mi realidad sabrán que estoy criticando parte del comportamiento que yo también he adquirido.

Esta reflexión incluso nace de haber leído un libro de ciencia ficción de más de 50 años de antigüedad y de estar super interesado en los temas tecnológicos. Si mencionar además que el libro fue leído, paradójicamente, en un dispositivo electrónico, como es un e-book.

Me parece importante pensar cuáles de los desarrollos tecnológicos que en principio pueden ser vistos como una fortaleza son en realidad una debilidad. Y viceversa.

No propongo un comportamiento ludita pero si una evaluación sensata de que herramientas son la mejores para construir nuestra vida. ¿Cuáles son mejores para nosotros y cuales son mejores para los dueños de las empresas que los proveen?

Cada cosa que poseemos tiene un costo. Puede ser este, económico, de tiempo invertido o de libertad cedida. ¿Reflexionamos realmente cuál es son los costos por los distintos supuestos beneficios que recibimos?

No pretendo encontrar una respuesta unívoca sino que variará según cada una de las personas que respondan estos cuestionamientos. Lo que estoy seguro es que cada día estos tiene más sentido interrogarse sobre estos temas.

Me cuesta creer que no soy el único que me encontré sin momentos de tranquilidad y desconexión para poder pensar sobre la vida vertiginosa que (llevo) llevamos.

¿Cual es tu postura en este tema?

“Cultura Mainstream. Cómo nacen los fenómenos de masas” Frederic Martel

¿Cómo las industrias culturales trabajan a través del tiempo y de las distintas políticas estado de cada uno de los países? ¿Cómo será (o ya está siendo) esta guerra glamorosa donde las balas son canciones y los tanques son películas?

Cultura Mainstream - Cómo nacen los fenómenos de masas - Frederic Martel
Cultura Mainstream – Cómo nacen los fenómenos de masas – Frederic Martel

A estas y otras dudas trata de responder el libro “Cultura Mainstream. Cómo nacen los fenómenos de masas” de Frederic Martel, quien viajo por cada uno de los países del mundo donde se planifican y ejecutan estas batallas para entender cómo se da la guerra cultural que está poniendo en juego la hegemonía de los países.

¿Como nos paramos desde Latinoamérica para enfrentar esta invasión cultural? ¿Como pensamos competir con la cantidad de contenidos que llegan de a miles, muchos de ellos de una excelente calidad, y altísima popularidad? ¿Es la solución instalar cuotas de pantalla más restrictivas? ¿Copiando los modelos exitosos de otros países? ¿Enfocando contenidos propios éxitos en la región como las telenovelas?

¿Cómo lograr la atención de un público que está acostumbrado a cierto tipo de contenidos en ciertos formatos?

Para todos los que trabajamos de forma directa directa con la industria cultural, quienes tenemos que pensar y planificar este libro de Frederic Martel nos da un acercamiento interesante para poder comenzar esa reflexión.

Mensaje en una botella

Botella con mensaje subastada en Internet
Botella con mensaje subastada en Internet

1900 euros por una botella con un mensaje dentro.

Eso es lo que están dispuestos a pagar ciertos coleccionistas de.. bueno, no se de qué.

La botella en cuestión parece ser la portadora del mensaje encapsulado más antiguo del mundo. Su origen se remontan a una cervecería de Kiel, Alemania, y contiene una postal de Dinamarca fechada en 1913.

¿Recordás la última vez que pusiste un mensaje en una botella y lo arrojaste al mar?

La sociedad digitalizada y conectada al extremo ha perdido la naif fantasía de regalar mensajes a supuestos extraños que serían destinatarios de esas misivas, en algunos casos, esperando alcanzar destino transoceánicos.

Hoy, el azar es una anomalía.

Sin embargo, en un mundo donde ya nadie arroja botellas al mar por poesía embotellada, lo hacemos por millones por desidia e indiferencia ante lo que pasará con nuestra casita redonda.

Cuidemos el terruño, recuperemos un poco la ilusión en pequeñas fantasías.


 

Mensaje en una botella por Amanda Wood 


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“Mi casa, biblioteca pública”

Esa fue la idea de Hernando Guanlao, un hombre de 60 años de Filipinas que tratando de transmitir su pasión por los libros a sus vecinos creó una biblioteca pública en su propia casa.

Esa fue la idea de Hernando Guanlao, un hombre de 60 años de Filipinas que tratando de transmitir su pasión por los libros a sus vecinos creó una biblioteca pública en su propia casa.

Biblioteca

La idea es sencilla: los lectores pueden llevarse tantos libros como quieran, durante el tiempo que quieran. Incluso de forma permanente. Como dice Guanlao: “la única regla es que no hay reglas”. Los libros no desaparecen sino que por el contrario, cada vez hay más, gracias a las donaciones que recibe diariamente.

“Me parece que los libros me hablan; eso es porque cada vez hay más” dice con una sonrisa. “Los libros me dicen que quieren ser leídos; quieren circular de mano en mano”.

Guanlao comenzó su biblioteca en el año 2000, poco después de la muerte de sus padres. Quería honrar su memoria y se le ocurrió que la mejor forma de hacerlo era promover el hábito de lectura que él había heredado.

“Ví mis viejos libros de texto y se decidí compartirlos públicamente”.

Así que puso los libros, apenas 100, en la puerta de su casa para ver si alguien quería pedir prestado alguno. Lo hicieron. Y a la hora de devolverlos, traían otros nuevos para añadir a la colección. Así nació la biblioteca.

A día de hoy Guenlao no sabe con certeza cuántos libros tiene, pero fácilmente pueden llegar a 2000 ó 3000, apilados en estantes y cajas frente a su casa; el coche hace tiempo que fue desplazado fuera del garaje y los libros invaden hasta la escalera interior.

La biblioteca está abierta 24 horas los 7 días de la semana. La única protección con la que cuenta son unas fundas de plástico, no por seguridad, sino para aislar los libros de la lluvia. No cuenta con registros ni inventarios ni procedimientos de entrega y devolución: eso solo  retrasa la interacción libro-lector. Solo se da cuenta de que un libro falta por los huecos en las estanterías.

Si quieres conocer más de esta interesante historia podés seguir leyendo en Desequilibrios

Los Nuevos Mandamientos

Leyendo “El Espejismo de Dios” de Richard Dawkins encontré a estos “Nuevos Diez Mandamientos” que el autor recoge de un sitio web ateo.

Leyendo “El Espejismo de Dios” de Richard Dawkins encontré a estos “Nuevos Diez Mandamientos” que el autor recoge de un sitio web ateo:

Ferrari

• No hagas a otros lo que no quieras que te hagan a ti.
• En todo, esfuérzate por no causar daño.
• Trata a los seres humanos, a los seres vivos y al mundo en general con amor, honestidad, fidelidad y respeto.
• No pases por alto la maldad ni te acobardes al administrar justicia, pero disponte siempre a perdonar el mal hecho libremente admitido y honestamente arrepentido.
• Vive con un sentido de alegría y admiración.
• Busca siempre aprender algo nuevo.
• Prueba todas las cosas; revisa siempre tus ideas frente a los hechos y prepárate para descartar incluso una creencia muy apreciada si no está conforme a ellos.
• Nunca busques censurar o interrumpir una disensión; respeta siempre el derecho de los demás a estar en desacuerdo contigo.
• Fórmate opiniones independientes en la base de tu propia razón y experiencia; no te permitas ser manejado a ciegas por otros.
• Cuestiónalo todo.

Pero Richard Dawkins también agrega algunos propios a la lista.

• Disfruta de tu propia vida sexual (en tanto no hagas daño a nadie) y deja a los demás que disfruten la suya en privado, sean cuales sean sus inclinaciones, que, en ningún caso, son asunto tuyo.
• No discrimines ni oprimas a nadie en función de su sexo, raza o (hasta donde sea posible) especie.
• No adoctrines a tus hijos. Enséñales cómo pensar por sí mismos, cómo evaluar evidencias y cómo estar en desacuerdo contigo.
• Valora el futuro en una escala temporal más larga que la tuya propia.

¿Y vos? ¿Cuál o cuales agregarías al listado de los Nuevos Mandamientos para la Humanidad?

 



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Los libros digitales de Paulo Coelho explotan en ventas luego de rebajarlos a U$S 0,99

Luego que Pablo Coelho convenciera su editorial Harper Collins, para que ofrecieran todos sus libros digitales a U$S 0,99 (excepto El Alquimista), sus ventas en Amazon se multiplicaron entre 4,000% y 6,500%.

Luego que Pablo Coelho convenciera su editorial Harper Collins, para que ofrecieran todos sus libros digitales a U$S 0,99 (excepto El Alquimista), sus ventas en Amazon se multiplicaron entre 4,000% y 6,500%.

Coelho

 

Un buen experimento para otros autores y/o editoriales que quieran expandir sus perspectivas de negocio.

 


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Pottermore: la red social para fans de Harry Potter

Los fanáticos de Harry Potter estarán de parabienes ya que pronto se lanza una nueva iniciativa de lectura interactiva llamada Pottermore

Los fanáticos de Harry Potter estarán de parabienes ya que pronto se lanza una nueva iniciativa de lectura interactiva llamada Pottermore.

La propia autora de la saga infantil, J.K. Rowling, presenta la iniciativa y nos invita a sumarnos a la pre-registración en el sitio que será lanzado para el primer millón de usuarios el 31 de Julio y para el resto en Octubre.

Para registrarte en el sitio hacé click aquí.



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Aportando al debate sobre la presentación de Vargas Llosa en la Feria del Libro

Llega Vargas Llosa a la Argentina y su presencia en la Feria del Libro no deja de generar debate. Incrementando la polémica el escritor ya anunció que no hablará de literatura, sino de política, incitando aún más a sus más duros críticos. Sobre el tema leí una interesante reflexión de Daniel Link a que vale la pena dedicarle unos minutos.


Llega Vargas Llosa a la Argentina y su presencia en la Feria del Libro no deja de generar debate. Incrementando la polémica el escritor ya anunció que no hablará de literatura, sino de política, incitando aún más a sus más duros críticos. Sobre el tema leí una interesante reflexión de Daniel Link a que vale la pena dedicarle unos minutos.


Vargas

Ejercicio de Poder

Ya no recuerdo cuál fue la última novela de Mario Vargas Llosa que leí pero tal vez fuera La guerra del fin del mundo (1981). Antes, La tía Julia y el escribidor (1977) le había valido la censura de al menos un gobierno provincial en Argentina, porque se interpretó que los dichos puestos en boca del personaje Pedro Camacho, un guionista desquiciado, ofendían al ser nacional. Treinta y cinco años después, pareciera, el novelista sigue siendo irritante y ahora se lo acusa de haberse “ensañado de modo muy particular con nuestro país y nuestra sociedad” (cito una solicitada poco elegante y muy falaz que circuló en estos días).

El Sr. Vargas Llosa no necesita de nuestra defensa. El año pasado ganó un Premio Nobel que no le habríamos concedido no tanto por razones políticas (que, de todos modos habrían ocupado algún párrafo de nuestro dictamen) sino por el irremediable adocenamiento de su literatura que (me lo dicen personas de confianza, y por eso les creo) ha perdido toda capacidad de sorprender. Sucede siempre cuando un escritor asume dogmáticamente el lugar en que se encuentra y abandona lo más noble de la literatura y el arte: ponerse en riesgo, todo el tiempo.

Tampoco necesita la Fundación El Libro (organizadora de la Feria de referencia) de nuestras críticas, que no hemos cesado de manifestar a lo largo de su historia, sin que eso modificara un ápice las contradicciones que la arrastran lejos de la literatura y del libro, hacia las pantanosas aguas del show business y el entretenimiento de las masas que la visitan y que, mayoritariamente, buscan en ella lo mismo que en la televisión, los parques temáticos y los juegos de salón: pasar el rato, alrededor de un objeto cada vez más fetichizado (y por eso mismo más odioso), el Libro.

La carta sobre estos asuntos enviada por el Director de la Biblioteca Nacional, el Sr. Horacio González,al presidente de la Cámara del Libro, el Sr. Carlos de Santos, es muy justa y, al mismo tiempo, muy fuera de lugar (desencaminada en su destinatario, en principio, pero también en su alcance, como se verá).

Como queda claro, no comparto todos sus términos. Me parece que separar al Vargas Llosa “literato” del Vargas Llosa “político”, considerando al primero “el gran escritor que todos festejamos” y al segundo, “el militante que no ceja ni un segundo en atacar a los gobiernos populares de la región” es un error que no estamos acostumbrados a reconocer en la siempre compleja prosa del Sr. González, a quien más de una vez hemos citado como bibliografía de referencia. No festejo al Vargas Llosa literato precisamente porque sus opiniones políticas (de una medianía y una mediocridad abrumadora: Vargas Llosa no es más que un liberal) me resultan antipáticas. Toda ilusión de autonomismo, en ese punto, me parece que conduce a debates estériles.

Eso no invalida el interés de una carta que, en rigor, tiene por objeto discutir antes una política curatorial (la de la Feria) que las cualidades éticas o estéticas de un escritor en particular. Es en relación con ese objetivo que convendría meditar en las palabras del Sr. González, más o menos justas en la evaluación de la figura pública de Vargas Llosa (a nadie puede importarle demasiado ese punto), fuera de lugar como intervención política.

Una y otra vez hemos visto la misma operación: no me gusta lo que piensa Tal (la Feria del Libro, Vargas Llosa, Mirtha Legrand) y por eso prefiero que no se lo escuche, porque su pensamiento ofende nuestras convicciones, confunde a la opinión pública (siempre propensa a dejarse engañar por los poderosos) y, sobre todo, perturba la marcha de la Historia.

En este caso: no me gusta la política curatorial de la Feria del Libro (un evento privado y exitosísimo hasta la náusea) y, por lo tanto, trataré de torcerla. Más valdría, pienso, crear (sobre todo cuando se tienen las herramientas conceptuales y logísticas para hacerlo) un espacio discursivo diferencial que debatiera con la Feria del Libro. El FILBA (sobre el cual podrían formularse varias objeciones) es otra institución privada que, en algún sentido, vino a debatir una hegemonía mal o bien ganada.

Pero pareciera que, desconfiando de las propias capacidades organizativas e incluso imaginarias, se prefiere destruir el espacio que se presume amenazante (¿alguien puede creer que la Feria del Libro puede torcer los destinos políticos de la Argentina?) antes que crear uno nuevo. Lo que se pretendía una manifestación de fuerza se revela como una debilidad constitutiva.

Hay que agradecerle, pues, al Sr. González la valentía de su carta: diseña un horizonte que es necesario debatir.


El Secreto de la Chela

Hoy comparto un cuento que me envió Oscar Duque, un gran amigo de toda la vida. En este relato, Oscar explora la mirada de un adolescente sobre el mundo que lo rodea y el encadenamiento de hechos que lo llevan al punto clave en donde su vida cambiará para siempre.

Ojalá lo disfruten tanto como yo.

Hoy comparto un cuento que me envió Oscar Duque, un gran amigo de toda la vida. En este relato, Oscar explora la mirada de un adolescente sobre el mundo que lo rodea y el encadenamiento de hechos que lo llevan al punto clave en donde su vida cambiará para siempre.

Ojalá lo disfruten tanto como yo.

Fueron muchos golpes, el último la desmoronó. Escuché a lo lejos, como contra una pared, el choque de algo pesado, fofo, resbalando y cayendo como una bolsa de carne.

-¡Así vas a aprender, puta de mierda!
 
 
Las palabras arrastradas, fragosas, sonaron tan potentes y duras como el portazo. Esperé un tiempo sintiendo que el corazón me salía del pecho, y corrí a ver qué había pasado. Me acerqué con precaución. Estaba seguro que ese borracho roñoso le había pegado otra vez.
 
 
Nunca voy a olvidar el día que La Chela y ese miserable llegaron a la casita de al lado. El calor era insoportable, y los ayudamos con mi madre a bajar las pocas cosas que traían en un carro tirado por un caballo huesudo, de patas leñosas. Hugo escasas miradas y aún menos palabras. Me quedaron grabadas para siempre el aspecto de La Chela, cabizbaja, en sumisa actitud, con un pañuelo gris ceñido debajo del mentón afilado de su rostro juvenil, contrastando con los enrojecidos ojos saltones y lacrimosos, del borracho.
La Chela y el borracho eran conocidos en el pueblo. Sobre todo La Chela. La chusma del pueblo murmuraba algunas cosas sobre ella, cosas que mi madre siempre tuvo el cuidado de ocultarme o disimular. Siempre me decía: -La gente siempre opina, no hagas caso a las habladurías, hacé tu trabajo y ocupate de tus cosas.
El calor abrumador y la intriga de los corrillos pueblerinos no me dejaban dormir. Las horas de la siesta, donde todo el mundo cesaba sus tareas convertían al lugar en una especie de gran cementerio opaco y polvoriento. Sólo se escuchaba el rodar de hojas secas empujadas por la brisa caliente. A veces creía sentir el movimiento lento y pesado de los cuerpos transpirados, girando en sus camas, o acomodándose en los patios de tierra a la sombra de los árboles. Cada tanto se escuchaba el resoplido acuoso de algún caballo y el chasquido de la cola pegando en las ancas para espantar a los tábanos insistentes y sedientos de sangre.
 
Dentro de ese particular adormecimiento estival, mi intriga y mi curiosidad, podían más que los consejos de mi madre. Ella no quería que me acercara a la casita de La Chela, e insistía en que no tenía que hacer caso a los charlatanes. –Al final, uno no sabe si algunas cosas son ciertas. –Decía con ese modo triste que tiene la gente de campo. Y yo me preguntaba: ¿Qué cosas?, mientras mi interés y atracción aumentaban.
 
Un día, cuando iba a llevarle maíz a las gallinas, la vi a La Chela ir hacia el fondo. Cautelosamente la seguí desde lejos, ocultándome. Llegó a la enramada, que cubría parte de un patio donde estaba la bomba de agua. Comenzó a mojarse los sobacos y el cuello, y cada tanto se refrescaba la cara con cuidadosas palmaditas. Ni las abejas zumbando cerca de mis orejas en busca de mis gotas de sudor, ni aún el peligro de algún aguijonazo, fueron causa suficiente para evitar mi mirada anhelante. Debajo de su etérea camisola blanca y a través del escote suelto y amplio se dejaba ver la suavidad de sus curvas blandas y prolongadas, cadenciosas, que me imaginaba tibias y mullidas al tacto. La impronta de su figura se destacaba como la imagen de una película sin sonido, en colores sepia, variables por la acción de una calurosa brisa envolvente donde, a través de sus cabellos sueltos, se podía ver el pequeño viñedo que le daba un tinte violáceo y somnoliento.
 
A partir de ese momento se convirtió en mi obsesión. No podía dejar de pensar en  esa figura blanca y suave. No quería hacer otra cosa que espiarla, tocarla con la mirada, acariciarla con mis deseos. Quería adivinar esa cuestión oculta que emanaba de las charlatanerías y las observaciones de mi madre. Me decía enojada: ¡El otro día te vi espiando a La Chela… te voy a dar!
 
Abrí la puerta y entré lentamente, con miedo. Irrumpían el silencio inquietante los golpes repetitivos y cadenciosos de un postigo mal cerrado… y la vi en el piso, como sentada contra la pared, con el cabello revuelto y los ojos cerrados. Su vestido negro estaba desgarrado y su pecho casi descubierto. En ese instante no reparé en la tragedia. Miraba esa redondez blanca y suave, delicada… hasta que un espeso y oscuro hilo de sangre se asomó lentamente detrás de una oreja, formando un pequeño charco en la hendidura de su clavícula. Toqué uno de sus hombros, le hablé, y tardó en girar la cabeza muy lentamente, tratando de mirarme en silencio… Vi un golpe debajo de su ojo izquierdo; estaban claras cuatro marcas violáceas en fila, como cuatro uvas reventadas contra la cara.
Salí corriendo a buscar a mi madre que trabajaba en el hospital del pueblo como enfermera. Corrí enloquecidamente, crucé un campo cosechado, para ganar tiempo, y los rastrojos resecos me atravesaron como dagas las alpargatas, clavándose en las plantas de mis pies. Sentía un tremendo dolor, sentía odio, desesperación, venganza. Dos veces tuve que parar para tomar aliento. El último tramo lo corrí paralelo al viñedo. Los sarmientos retorcidos como venas expuestas, se sucedían alternados con racimos repletos de uvas, repletos de posibles puñetazos reventados contra
rostros inocentes.
 
Cuando llegué al hospital, trepando con esfuerzo la pequeña escalinata, salió a mi encuentro mi madre, que creyó que había tenido un accidente. A borbotones fluían mis explicaciones sobre lo sucedido… La Chela estuvo varios días internada, y mi madre se encargó de cuidarla. Las curaciones eran dolorosas, y el calor y la falta de elementos complicaban la situación… Mi mamá suplía esas carencias con afecto y delicado trato, con suaves masajes en los brazos entumecidos, y apósitos en la cara lacerada, seguidos de amables caricias sobre su cabellera.
 
Cuando La Chela volvió a su casa, volvieron los cuchicheos en el pueblo, las viejas secreteaban a la salida de la iglesia… y yo intuía que hablaban de La Chela. Mi mamá ya no me molestaba más con las prohibiciones, quizás porque se había acostumbrado o porque no se daba cuenta de que yo seguía con mis observaciones.
Al cabo de un tiempo, los movimientos misteriosos de La Chela comenzaron a parecer más naturales; nos acostumbramos a su silueta sigilosa y su andar taciturno. Casi no pronunciaba palabra ni saludaba. El borracho se iba de la casa luego de alguna gresca y volvía a los dos o tres días, hecho una cuba, con sus ojos saltones y sanguinolentos, para reiterar su maltrato, sus golpes y sus insultos.
En las noches en que mi madre tenía guardia en el hospital, yo aprovechaba para observar desde lejos a la casita de al lado. Quería descubrir los secretos de La Chela. Ansiaba, en realidad, pertenecer a esa casta de visitantes furtivos. Cada tanto aparecía una silueta en la oscuridad, que entraba, se quedaba un tiempo y volvía a salir. A veces me parecía reconocer al borracho, pero otras no lograba adivinar. Cierta vez lo vi clarito al borracho entrar a la casa; estuvo poco tiempo, y por alguna razón salió rápidamente a los tumbos, y no lo vi nunca más.
Promediando el verano y con los primeros días del otoño, algunas noches comenzaron a ser frescas y mis salidas fueron raleando. No así mi infatigable curiosidad. Una de esas noches en que me quedaba solo, escuché algunos ruidos en la casa de La Chela. Salté de la cama, me tapé con el poncho y miré por la ventana que daba a la casita de al lado. Los ruidos eran discretos, pasos, la puerta de que entrada que se abre… y veo otra vez esa silueta encorvada tapada hasta la cabeza como los frailes franciscanos de la iglesia. Volvió a palpitar mi corazón exageradamente, y no pude contenerme más y salí a ver qué pasaba.
 
Nunca lo había intentado, pero esta vez estaba decidido a todo. Tomé todas las precauciones, caminé como un puma, lentamente, como intentando sorprender a mi presa. Me acerqué a la casa, crucé entre unas cañas del fondo y acaricié a los perros para que no ladraran. Me deslicé junto a una de las paredes, para tratar de ver algo por el postigo. La luz de un candil iluminaba pobremente el interior y me di cuenta de que si me asomaba un poco podría observar lo que ocurría, sin ser visto. Me latía tanto y tan fuerte el corazón, que temía que me escucharan desde adentro. No me animaba y empecé a sentir temor. Y frío. Me incorporé lentamente y escuché un leve murmullo, palabras sueltas dichas muy bajo.
Cuando mi vista logró superar la parte más baja de la pequeña ventana, pude reconocer unas piernas suavemente pálidas, deslizándose en lentos movimientos voluptuosos, enancadas sobre la blanca desnudez de La Chela. Mi corazón cesó por unos segundos, y luego retomó los latidos con una fuerza brutal, como si espasmódicos rebencazos me azotaran el cuello. Fue la revelación más dolorosa de mi vida.
 
Y nuevamente corrí, pero esta vez corrí como nunca, con desesperación, con vergüenza…; atravesé el viñedo lastimándome con los alambres, tropezando con las acequias, resbalando en mi vómito, cayéndome y levantándome, rasgándome la piel con los sarmientos aguzados como púas, tiñéndome de sangre y barro, sin rumbo…
Y no sentí ningún dolor.
 
Oscar A. Duque
Invierno de 2009

 

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