Superheroes de verdad (Fotos)

¿Quiénes son los héroes del mundo real?

Eso es lo que intenta responder la artista mexicana Dulce Pinzón con su trabajo “Superheroes”

El resultado es una serie de fotos de inmigrantes Mexicanos y Latinoamericanos vestidos con los trajes de los superhéroes de la cultura pop Norteamericana y los superhéroes de la cultura popular Mexicana.

FEDERICO MARTINEZ originario del Estado de Puebla trabaja como taxista en Nueva York.
Manda 250 dólares a la semana..

BERNABE MENDEZ originario de Guerrero trabaja limpiando vidrios en los rascacielos de Nueva York. Manda 500 dólares al mes

NOE REYES originario del Estado de Puebla trabaja como repartidor de comida rápida en Brooklyn N York. Manda 500 dólares a la semana

LUIS HERNANDEZ originario de Estado de Veracruz trabaja como demoledor en
Nueva York. Manda 200 dólares a la semana


Según explica Pinzón:
“Un superhéroe en el contexto de la cultura pop exige que un determinado personaje tenga un poder extra humano para salvar y proteger a sus congéneres. Esto traducido a la vida cotidiana, un poder extraordinario puede ser por ejemplo: la capacidad de supervivencia en condiciones extremas, ya sea laborales o climáticas, la capacidad de sacrificar hasta la vida para ayudar a los seres queridos o materializar los sueños de la gente que los espera en casa etc.

El principal objetivo de esta serie es homenajear al hombre ordinario que sin ningún poder supernatural logra que su comunidad sobreviva y progrese”

La isla del faro y las fantasías del fin del mundo.

Marcelo Gurruchaga publicó su primer libro fotográfico “Isla de los Estados – Chuanisín, Tierra de la abundancia.” y comparte algunas de sus obras en Listao.





Les dejo también el prólogo del libro:

Desde niño soñé con visitar la Isla de los Estados. Mis lecturas cotidianas -la colección Robin Hood, los relatos de aventuras de Emilio Salgari y, por supuesto, Julio Verne despertaron en mí la necesidad de salir, viajar, conocer y fotografiar.

A los 12 años cayó en mis manos “El faro del fin del mundo” y descubrí con sorpresa que la historia transcurría en una isla que es parte de mi país, Argentina.

Tenía que conocer ese lugar. Tenía que viajar allí.

Una mañana de noviembre, poco antes de que terminaran las clases, le pedí a mi madre que fuéramos de vacaciones a la isla. Ella no tenía ni idea de dónde quedaba. Hasta entonces ni siquiera había sabido de su existencia. Mi hermana y yo buscamos y encontramos en el mapa su ubicación exacta. Entusiasmados, seguimos investigando y llegó la frustración: era imposible visitarla.

El escenario de la novela de Verne quedó desde aquel momento y para siempre en mi imaginario. Desde entonces, ese pedazo de tierra rodeado de mar fue la meta. El lugar a alcanzar.

Pasaron los años. La pasión por los viajes y la fotografía se convirtió en mi oficio y mi forma de vida. Muchos lugares se sucedieron y miles de fotos quedaron grabadas en mis cámaras. El recuerdo de la Isla de los Estados quedó latente en algún lugar de mi memoria al que sólo llegaba en sueños.

Una tarde, mientras miraba un ciclo de documentales por televisión, vi uno sobre la Isla de los Estados. Las imágenes eran tal como las había imaginado a los doce años, cuando leía la novela de Verne. Treinta años después ahí estaba, intacto, el deseo atesorado en la infancia.

Poco tiempo después, sucedió lo inesperado: una invitación para visitar y fotografiar la isla y su legendario faro en el acto de su reinauguración y su aniversario. A los pocos días me encontraba en Ushuaia, listo para embarcarme en el ARA Sobral, el barco que nos llevaría a la soñada Isla de los Estados.

Como describir la emoción que me invadía cuando el buque partió del puerto. Iniciaba el viaje tan deseado: el canal de Beagle se mostraba como siempre, bellísimo. En pocas horas los dejaríamos atrás, para llegar a Bahía Buen Suceso en la Península Mitre, la última parada antes de emprender el cruce del estrecho de Le Maire. Horas después, ya veíamos la isla.

Para nosotros, visitantes privilegiados, el viaje es fuente de placer y gratísimas sorpresas. En tanto la tripulación trabaja muy duro para mantener en funcionamiento las bases. En el trayecto fui testigo de revolcadas en el agua en los desembarcos y el traslado de pesadísimas cargas desde el barco hasta la costa de la playa. Definitivamente, la inclemencia del tiempo y el frío del agua no amilanan a los hombres del ARA Sobral.

A la mañana siguiente estábamos cruzando el estrecho de Le Maire. Cuántas historias de naufragios, cuántas aventuras. Temor y orgullo de estar ahí.

Navegamos al norte de la isla. Mi sueño ya estaba al alcance de la mano.

Puerto Parry, donde está el destacamento Luis Piedrabuena, era nuestro primer destino. Pasamos la noche ahí, y al alba festejamos el 25 de mayo. No soy de emocionarme fácilmente con las fechas y los aniversarios, pero estar en ese momento en la Isla de los Estados, casi en el último rincón del país, fue algo indescriptible. A media mañana estábamos listos para ir a tierra.

Era el momento. Habían pasado muchos veranos pero yo finalmente estaba ahí. Había llegado a la Isla de los Estados.

Con el desembarco en aquellas latitudes comenzaron las sorpresas. Días antes de mi llegada a Tierra del Fuego había estado fotografiando animales en la provincia de Corrientes, en los Esteros del Iberá. Una de las especies que fotografié en ese viaje era una garza bruja, a la que le realicé varias tomas. En Puerto Parry, la primera fotografía que tomé fue la de un animal muy parecido a estas garzas.

¿Era posible que…? Al consultar la guía de aves confirmé lo que creía imposible: ambos pájaros eran la misma especie. Desde el litoral argentino (y por supuesto más al norte) hasta lo más austral del continente habita esta garza. ¿Alguien puede imaginar un bosque con aspecto selvático tan denso como el Amazonas en estas latitudes? Pues para ese entonces lo estaba fotografiando y muchas fotografías tienen aspecto de una zona tropical.

Nuestro segundo punto en nuestro derrotero fue el mítico faro del fin del mundo.

Lo divisamos cerca de San Juan de Salvamento. Julio Verne está conmigo.

Sobre la cubierta del barco se organiza un acto y todos los que estamos allí firmamos el acta de reinauguración del faro. Soy parte de su historia, la historia del confín del mundo.

La tripulación bajó un bote y varios subimos a él, pero el gomón golpeaba fuerte contra el casco del barco y pronto muchos renunciaron a la navegación. Sólo quedamos unos pocos.

Minutos después navegábamos en un pequeño bote por las aguas del Atlántico más austral. Muy cerca del faro, podíamos verlo como lo vieron aquellos navegantes que dieron sus vidas por explorar y descubrir estas tierras. Atardecía, y el cielo un gris plomizo animaba la evocación de aquellos valientes.

Era el momento de emprender el regreso hacia Ushuaia, pero todavía había más para descubrir. La cara sur de la isla, expuesta a los vientos antárticos, se nos descubría. Bordear la isla fue maravilloso. En la Isla Grande nos esperaban Puerto Español y Ushuaia.

Finalizaba el viaje, y otros lugares se fueron sucediendo: tres más en total. Los climas y las estaciones cambiaron, conocimos y fotografié otros paisajes con sus vistas, su historia y gran parte de su flora y su fauna. Recuerdo, especialmente, uno de los cruces del estrecho de Le Maire al atardecer.

Era la hora en que las aves regresan a sus nidos. Volaban hacia la Isla de los Estados, y en ese momento comprendí por qué los habitantes originarios del sur de Tierra del Fuego, los yámanas, llamaban a esta tierra Chuanisín, la isla de la abundancia.

La Isla de los Estados era ya un sueño cumplido.