El Amazonas


Desde chico había querido conocer el Amazonas. Y esta era su oportunidad. Faltaban sólo tres días y el barco partiría hacia el destino soñado.

Como buen aventurero 2.0 había leído en Wikipedia sobre la deforestación del lugar donde iba y los peligros de los madereros que ilegalmente explotaban la zona.

En este viaje, no habría fotos divertidas ni souvenirs al regreso. Poco equipaje lo acompañaba. Dentro de la mochila, un par de mudas de ropa, una copia barata de “El enfermo imaginario” Moliere, otro par de zapatillas, repelente para insectos, latitas con comida y una caramañola que su abuelo había usado durante la resistencia en Madrid, y que se vino a Buenos Aires cuando ellos finalmente pasaron. Si bien antes no compartía la idea de su abuelo de dar armas al pueblo para solucionar los problemas, cada día cambiaba un poquito más de idea, mientras extrañaba al viejo que lo había dejado solo hacía dos años.

Todo estaba listo. No tenía Mp3, pero un wakman lo acompañaría. Pensó en llevar su guitarra, pero luego se dio cuenta que sería demasiado complicado cargarla por donde iría. El equipo de fotografía ya estaba revisado y ordenado.

Con su proyecto buscaba sacar fotos de campos de soja para demostrarle al mundo como ese cultivo transgénico estaba acabando con el Amazonas y todo lo que vive en su interior. Había conseguido financiación de una pequeña fundación en Estados Unidos y planeaba ofrecer sus fotos gratuitamente a todos los medios alternativos populares de America Latina que quisieran publicarlas.

Había empezado a relacionar su trabajo con el medio ambiente, cuando dos años antes había sido contratado por una periodista francesa que realizaba una investigación sobre las consecuencias ambientales de las explotaciones mineras en Argentina. Sus fotos de la minera “La Alumbrera” habían sido muy impactantes y hasta había recibido un premio por ellas. Pero el Amazonas era otra cosa.

El primer libro que su abuelo le había regalado, cuyo nombre no recordaba, era sobre un aventurero que viajaba solo recorriendo la selva y descubriendo las tribus del amazonas que nunca habían tenido encuentros con blancos antes. Ahora, sería él, un joven fotógrafo, el héroe de su propia aventura.

Se había despedido de sus amigos y de Laura, su … eh… su…

Se había despedido de sus amigos y de Laura. Sus padres lo sabían, pero la vieja estaba triste y si bien no decía nada, no le gustaba nada la idea de que se vaya tanto tiempo y a ese lugar. Sólo le había dicho: “Pero si te gusta trabajar con el problema ambiental, ¿porque no te dedicas a sacar fotos de contaminación en el riachuelo.? Hay mucho por hacer acá.” Ella no entendía sus razones, pero a él lo enternecía escucharla con esos vanos intentos por retenerlo cerca. También sabía lo tanto que mamá recordaba a su hermano Ricardo, el que quiso ser sacerdote y que terminó en manos del Turco Julián, solo por haber trabajado unos meses con Carlos Mugica, cuando veía a su hijo hablar tan apasionadamente de lo que pasaba en el mundo. Si bien muchas risas habían pasado desde entonces, el dolor permanecía y el temor crecía a medida que llegaba la hora de la partida.

Ricardo era el tío de quien su madre siempre hablaba y del que se lamentaba siempre haberlo perdido. Pero ella había tenido otro hermano del que no hablaba mucho. Juan tampoco estaba, pero era distinto. Había sido parte del movimiento peronista montonero, y en la familia sabían que había estado involucrado en el robo de armas a la comisaria 19º y en dos asaltos a bancos para financiar la actividad de su organización. No era justo lo que le hicieron. Y lo extrañaban tanto como a Ricardito, pero era otra cosa. Él que siempre había querido conocer a sus tíos, iniciaría su viaje paradójicamente donde su tío Juan lo había terminado: el Río de la Plata fue el destino donde lo llevaron en los viajes de la muerte que los milicos hacían casi diariamente durante esos años.

Imaginándose cayendo semidormido de un avión, se sorprendió con el sonido del teléfono. El tipo de la agencia había sido claro: “Mirá, te llamo para avisarte que la cuenta que nos pasaste para el pago no tenía fondos.” Y le dió tiempo hasta el día siguiente para pagarlo de otro modo o perdería el pasaje. Y con él su aventura.

Llamó inmediatamente a San Francisco, pero nadie contestó. Recordó que en un email recibido tenía el celular del director de la fundación. Prendió su PC, y por un rato hurgó sin suerte en su casilla de correo hasta que finalmente lo encontró.

Nick lo atendió en seguida. Le explicó en su limitado y nervioso castellano: “Estamos en problemas. Nuestro major donnor era un banco que cayó. Estamos esperando respuesta de otros donnors pero por ahora solo tener deudas. Tu proyecto tendrá que esperar”.
La última frase sentenció su decepción.

Desarmó su mochila lentamente. Tomó su cámara.

Antes de salir de su casa, su madre lo vió y preguntó:
– ¿Qué pasó?
– Nada vieja, me quedo.- Y antes que pudiera responder se despidió: – Me voy a Puente Alsina, a tomar unas fotos.

4 opiniones en “El Amazonas”

  1. Hola…la verdad ta bueno el cuento algo medio triste el final…a mi dejo una desilusión..sera que estoy en los preparativos para viajar…y eso tambien me ouede pasar…
    Saludos…

  2. Qué forma tan dulce y poetica de expresar la frustración que debe de haber sido tener los sueños así interrompidos!!

    Sólo no concuerdo con el otro comentario anonimo, porque aunque sí el viaje no se haya concretizado en aquel momento, a mí no me dio tristeza sino que pareció una nuev a posibilidad, la de hacer algo más local pero igual de valioso… y dejó en abierto la posibilidad de que otros viajes pueden surgir más tarde.

    Hermoso!
    Besote =*

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