Autos chinos, luchadores de catch argentinos y ¿Qué es una amiga?

Gonzalo Strano, colaborador frecuente de Listao, escribió a pedido mio, un cuento con tres disparadores totalmente disimiles uno del otro, que dan título a este post.

El resultado del desafío que planteado es el siguiente.

-¡Me compré un Brillance, amarillo patito que está un despelote! – Dijo Pilar a Merche antes de servir el whisky de las 3.

La mesa del patio, debajo de la sombra del fresno, dentro de la tranquilidad del muro del country, era el lugar ideal para perder el tiempo en esa calurosa tarde de noviembre.

-¿Y qué carajo es un Brillance?- largó Merche mientras giraba el vaso para que los hielos enfríen la bebida.

– Un auto, ignorante. Un auto chino, con lo mejorcito de la tecnología…

– ¿Chino? ¿Y cuanto te salió?

– No sé… vos sabés que yo no me fijo en eso.

El comentario era decididamente una puñalada para Merche, que debido a que su marido había perdido mucha guita con la crisis de la bolsa, ahora debía pasar por un período de ahorro estricto.

Pilar apoyó los labios en el borde del vaso y antes de levantarlo para dar el trago, lo pensó, y se lo dijo.

– Mirá Merche, si querés nos vamos un fin de semana a Pinamar, lo tengo que ablandar viste… Por los gastos no te hagas drama, sé que estás medio apretada, así que YO INVITO – y tragó lo que quedaba de whisky.


A Merche le sonó así, en imprenta mayúscula el YO INVITO de Pilar. Le dolió, porque en el fondo la apreciaba. Se habían conocido el mismo día que Pilar se mudó al country con Marcelo, su marido. Lo primero que le llamó la atención sobre los nuevos vecinos era la diferencia de edad. Era evidente que Pilar era, por lo menos, veinte años mayor que su marido.

Sin embargo, Merche nunca se consideró una persona prejuiciosa en cuanto a las relaciones de pareja. Sin ir más lejos, pensaba, su papá era seis años más joven que su mamá (que en paz descanse).

Pilar llegó un sábado a la mañana, en una camioneta que manejaba Marcelo, detrás del camión de la empresa de mudanzas. Habían comprado la casa dónde los López Contreras habían vivido hasta el 2001… muchos se fueron ese año… no era fácil.

Cómo se acostumbra, Merche se acercó darle a los recién llegados la bienvenida al paraíso. Si, para los de adentro del muro, la mierda estaba afuera. A partir de ese día, al menos dos veces por semana, Pilar y Merche se juntaban a tomar whisky bajo el fresno. El whisky es en estos lugares algo más que un té bien servido. Es un cómplice.

– ¿Este fin de semana nos iríamos?- Preguntó Merche.

– Sí, obvio. Estate lista el viernes las 5 de la tarde. Paso por tu casa y nos vamos. Pero nada de depres eh…. ¡La vamos a reventar!

– Bueno, pero mirá que yo no tengo mucha…

– Ya te dije, Merchi, que de eso me ocupo yo. ¿Para qué somos amigas, sino?

La respuesta a esa pregunta Meche la ideó muchas veces, pero nunca se atrevió a decirla.

Cada vez le resultaba más tedioso vivir dentro del muro. Cada vez se sentía más sola, sarcásticamente, menos protegida.

El viernes llegó y la encontró metiendo algo de ropa en el Luis Vuitton que le había regalo su marido cuando cumplió 40. Si bien no estaba emocionada con el viaje, la idea de estar dos días fuera del muro le gustaba.

A las cinco pasó Pilar con el famoso Brillance, que a los ojos de Merche no le pareció ni tan lindo, ni tan glamoroso…y mucho menos, ni tan cómodo.
Cuando dejaron atrás la seguridad de la puerta de entrada, tomaron la autopista que iba hacia el centro.

El reproductor de mp3 del auto escupía ridículas canciones de Chayanne, que Pilar cantaba dando claras señales de que sus clases de vocalización no marchaban bien.

Merche se dejó ir en sus pensamientos, iba callada, aunque de vez en cuando, coreaba un estribillo a pedido de Pilar.

Una vez en la ruta, Merche comenzó a disfrutar del verde, y se permitió por primera vez en muchos días, relajarse.

Pilar no era una mala mina, pero hacía tiempo que la amistad entre ellas no era lo mismo que antes. Pilar era lo que Merche dejó de ser a fuerza de cheques rebotados e hijos con algunas adicciones. No era envidia lo que Merche sentía, era una mezcla de lástima y decepción. Pilar no era mala mina, pero tenía dos defectos que a Merche la sacaban: no sabía guardar un secreto, y le encantaba contar con lujo de detalles su vida sexual con Marcelo, un pibe que tranquilamente, pensaba Merche, podría ser su hijo.

– ¿Sabés lo que más me gusta de Marce?- preguntó Pilar como adivinando los pensamientos de la otra….

– ¿Cómo te sacude en la cama?- se escuchó decir Merche.

– ¡Ja! Todo lo contrario… O sea, me vuelve loca que me coja en todos lados, menos en la cama.

– ¡No me digas! Y yo que pensaba que hacerlo en la cocina era toda una aventura… – Merche intentó seguir la charla, pero la verdad era que lo que menos tenía ganas de hacer era hablar de eso.

El sol comenzó a ponerse, el Brillance daba señales de responder a la perfección… iban a 170, y no se notaba. (Así pasan los accidentes después, pensó Merche).

– ¿Te parece que paremos a hacer pis en la próxima estación de servicios?- Preguntó Pilar.

-¡Si, claro! – pensó Merche mientras se decía que era lo más coherente que escuchó desde que salieron.

Estacionaron el auto chino amarillo patito (enfermo, pensó Merche) y entraron al drugstore de YPF. Sentado contra el vidrio de la izquierda, el que daba a la gomería, estaba él. Pilar le echó el ojo apenas cruzaron las puertas del local: Morocho, de barba desprolija, un lomo imponente, manos grandes, brazos formados, nariz ancha y no más de 35 años.


Merche entró al baño, y de reojo vio que Pilar le sonreía al “bola de pelos” ese, que estaba tomando una Quilmes en lata. Siempre igual, pensó.

Finalmente Pilar llegó al baño, y con una sonrisa cómplice le tira:

– ¿Lo viste? Está para partirlo al medio. Debe ser camionero. Son unas máquinas de sexo esos tipos.

– Tiene más pinta de limpia baños que de camionero, Pili. ¡Vos vas a terminar mal un día si le andas sonriendo a cualquiera que te mire el orto!- Soltó Merche.

– ¡Envidiosa!- dijo la otra sonriendo- El señor simplemente me sonrió y yo que soy una señora educada le devolví el cumplido.

Cuando salieron del baño, la mesa del señor estaba vacía. Pilar que se había retocado el maquillaje en el baño se decepcionó un poco. Pero al salir del drugstore, lo vio. Estaba parado al lado de la puerta, con una mochila colgada del hombro, y una gorrita con la visera para atrás.

Al verla sonrió, y se acercó decidido.

– Me preguntaba si serías tan amable de alcanzarme unos kilómetros.- Volvió a sonreír- Qué mal educado que soy, me llamo Rubén.- dijo extendiendo su mano para tomar la de Pilar, que sin notarlo, reía como una tarada.

– Hola, yo soy Pilar.

– ¿Pilar? Siempre pensé que me iba a casar con una Pilar…

Merche miraba la escena como hipnotizada, no podía creer que Pilar fuese tan…tan… ¿osada? No, tan estúpida.

– Vamos, Pilar. Se hace de noche- Dijo tomando el brazo de su amiga.

– ¿Hasta dónde vas?- Nosotras vamos a Pinamar- dijo Pilar.

– A Pinamar, también.

– No se hablé más- dijo Pilar- Te alcanzamos. Vení.

Merche se desfiguró, pero sabía que su amiga no iba a cambiar de opinión más allá de su cara de orto.

Subieron al Brillance, al que Merche notó más amarillo patito que esa tarde.

Pensó, una vez más que era un color de mierda.

Rubén se sentó en el asiento de atrás, y durante las dos horas y pico que quedaban de viaje, se la pasó haciendo bromas y confesiones algo estúpidas con Pilar, que lo miraba por el espejo retrovisor cada vez más embobada.

Merche se dejó atrapar por el miedo. Se dormitó y se despertó sobresaltada al soñar una Pilar desnuda, ensangrentada y con un tiro en la cabeza.

Al llegar a Pinamar, Rubén le pidió a Pili que lo deje en una estación de servicios, que trataría de conseguir un lugar dónde pasar la noche, ya que la gente que lo contrató llegaría recién al mediodía siguiente.

Pilar no se atrevió a invitarlo a su chalet. Sabía que eso era pasar un límite. Sabía que eso pondría mal a Merche.

Una vez en el chalet, Merche se sintió más relajada, se dio un baño y se preparó para salir a cenar. La tele encendida en el canal de noticias contaba por enésima vez en el día que el ganador del Pulitzer de este año era un argentino llamado Oscar Soria por su investigación sobre el impacto que genera el apareamiento de pingüinos patagónicos sobre el cambio climático…o algo así.

Cuando dejaron la casa y caminaron las dos cuadras que la separaban del restaurante eran casi las diez de la noche.

El chalet de Pilar estaba ubicado en la zona más céntrica de Pinamar, Merche pensó lo contradictorio que parecía eso con su vida de claustro dentro del muro.

Las paredes del edificio de al lado del restaurante estaban empapeladas con publicidades, pegadas, como de costumbre cerca de las elecciones, una sobre otra y sobre otra y sobre otra.

Ambas pasaban sin ver, como casi siempre, pero segundos antes de entrar en el local, Merche lo descubrió.

Pegado en la pared a unos metros de ellas, un afiche tamaño bestia de la cara de Rubén con al leyenda “Rubén Oso Rufman Vs. Carlos Tato Bota Club Social y deportivo Pinamar. Sábado 21 hs.”

– Mirá, Pili ¿ese no es tu amigo?

Pilar volvió sobre sus pasos y leyó el afiche, sonriendo.

– ¡Sí! Es Ru. – Y ya tenemos dos entrada para ir. Me las dio cuando lo dejé en la estación de servicio. Es peleador de catch. Mañana vamos a verlo y después nos invitó a cenar.

– ¿A cenar? ¿Tan seguro está que va a ganar?- preguntó Merche con el profundo deseo que Carlos Tato Bota lo mate en el ring.

– Vas a ver que va a ganar. Tengo hambre, entremos.

Cenaron tranquilas. Merche no podía dejar de pensarse sentada entre hombres gritando como animales por su luchador favorito. La idea le desagradaba. Pilar, por su parte, no podía dejar de imaginarse entre los brazos de Rubén. Merche inventaría alguna excusa para no ir, una jaqueca, una indisposición, algo. Quizás su amiga lo sabía, e insistiría, aunque en el fondo, Pilar albergaba el deseo que Merche no quiera ir.

Todo sucedió como si estuviera escrito. Merche se quedó leyendo, y Pilar se subió al Brillance, y se fue. Ese día habían caminado mucho por la playa, el clima había estado divino. Y Pilar, pensaba Merche, insistió menos de lo que se esperaba.
Merche cerró su libro y tirada en la cama prendió la tele. El canal local transmitía en vivo la pelea.

Lo poco que entendía Merche del tema, parecía ser que Rubén estaba matando al otro. Se desilusionó. Tiempo después dos hombres de traje comentaban que había sido un encuentro impresionante, cargado de emociones decían, que nuestro Oso Rufman había ganado un encuentro de lujo.

Pensó en un café caliente, así que se puso una bata y fue hasta la cocina. Cuando pasaba por el living escuchó ruidos en la puerta de entrada. Su sorpresa fue inmensa cuando el marido de Pilar entró en la casa.

-¡Marcelo! ¿Qué haces acá?

– Hola, Mercedes. Yo también me alegro de verte.- Dijo sonriendo.

– No, es que… no sabía que ibas a venir. Pilar no está, salió con unas amigas que nos encontramos hoy en la playa a cenar. A mi me dolía mucho la cabeza por eso me quedé.

– Bueno, la esperamos entonces.

Tenía razón Pilar, cuando Marcelo sonreía había algo que incomodaba a las mujeres. Era algo sensual, inexplicable. Merche se sintió ruborizar y por un instante tuvo la sensación que Marcelo le miraba las tetas. Sirvió dos cafés, y aprovechando que estaba sola en la cocina, le mandó un mensaje de texto a Pili con un “Tu marido está acá”, pero nadie le contestó. Probó llamar, pero la atendió el contestador. Llevó los cafés al living y se encontró con un Marcelo literalmente cambiado. Se había sacado el jeans y la camisa, y estaba con una bermuda color negro y una remera rosada que le resaltaba sus ojos verdes.

Se sentaron en los blancos sillones y charlaron afablemente durante unos quince minutos. Marcelo había decidido darle una sorpresa a su mujer, y por eso se tomó un avión. Le pidió disculpas por si le cagaba algún plan de “amigas”, a lo que Merche sonrió y le dijo que no era necesario disculparse. Que él también era “amigo” de ella.

Merche no podía dejar de pensar en lo que estaría haciendo Pilar. Su cabeza explotaba en imágenes sexuales, en transpiración, en los ojos en blanco de su amiga mientras estaba siendo embestida por el Oso. Y de repente, se dio cuenta… estaba excitada. Ella, Merche, la fría, estaba excitada.

Las imágenes de su cabeza se volvían difusas, por momentos se mezclaban con otras caras, con otros cuerpos, se veía a sí misma entre los brazos del Oso, ante al mirada cómplice de Pilar, que le acariciaba el pelo, y la besaba… ¡Por dios, la besaba! El Osos desaparecía, y en su lugar el que la embestía era Marcelo. Sí, el joven Marcelo que podría ser su hijo, la tenía entre sus brazos y le llenaba la boca de lengua. Estaba transpirada, se sentía sucia… Se disculpó con un Marcelo que la miraba desde el sillón de enfrente y se fue al baño.

Se mojó la cara, se miró al espejo. ¡Qué vergüenza! ¿Marcelo se habrá dado cuenta?

Salió del baño y no encontró a Marcelo en el living, buscó en la cocina y tampoco. Subió las escaleras de madera lustrada mientras lo llamó. La voz del hombre le respondió desde la habitación principal. Estaba decidida. Entró en el cuarto y se quitó la bata. Marcelo respondió al instante. En menos de un minuto sus cuerpos desnudos se encontraron.

Por la cabeza de Merche pasaban orgasmos de juventud, que intentaban volver a poseerla. Y lo estaban logrando. Marcelo sabía cómo tratar a una mujer como ella.

Ya nada importaba. Ni su marido, ni su amiga, ni el Oso, ni el muro, ni el amarillo patito de ese auto de mierda. El mundo sólo era, en ese instante, Marcelo.

Agotados, se dejaron caer en la cama.

– ¿Cómo estás? – Le preguntó el hombre, su hombre.

– Mejor que nunca – respondió una sincera Merche.

Marcelo se levantó y con su desnudes transpirada fue al baño, y se metió en la ducha.


Merche encendió un cigarrillo, y prendió la tele.

En el canal local se veía a una periodista bajita, entre policías y bomberos, informando sobre la posible muerte del Oso Rufman en un accidente fatal en la ruta. Más atrás, un auto volcado y en llamas, con una mujer aún adentro, decía la periodista bajita, “parece ser un auto importado, color amarillo, posiblemente” seguía diciendo, “Los bomberos no creen poder rescatar a la mujer a tiempo porque…”

Amarillo patito, pensó Merche mientras apagaba la tele. Se levantó y se metió en la ducha con Marcelo que la miró sorprendida.

– No te preocupes, Pili no vuelve hasta dentro de unas horas. Me avisó que se quedaban a jugar canasta en la casa de no se quién- dijo Merche que con las manos llenas de espuma, fregaba el pecho de un Marcelo sonriente.

5 opiniones en “Autos chinos, luchadores de catch argentinos y ¿Qué es una amiga?”

  1. Esta buenisima la historia. Me atrapó. Generalmente me da fiaca leer textos largos pero este no me dejo retirarme. Muy bueno.

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