Beatriz Sarlo Escuela

La máquina cultural. Maestras, traductores y vanguardistas es un ensayo de Beatriz Sarlo (Buenos Aires, 1942) de 1998. A pesar del género del libro, la escritora porteña «relata», de manera casi novelística, tres historias diferentes que hablan de la relación con la «máquina cultural» en la Argentina del siglo XX.

Que se refieran a ella como «La Sarlo», es emblemático del respeto que sienten los ambientes intelectuales argentinos por esta intelectual. La ensayista de Buenos Aires ha sido catedrática de Literatura Argentina, ha dictado cursos en muchas universidades de Estados Unidos y dirige, desde 1978, «Punto de vista», una revista cultural de tendencia socialista que comenzó siendo un órgano casi clandestino y que hoy ocupa un lugar reconocido en la vida cultural de la Argentina. Sarlo ha trabajado sobre literatura popular sentimental, historia del periodismo y de los medios de comunicación, cine y cultura de masas en relación con las producciones artísticas y el papel de los intelectuales. Y la cultura, o mejor las relaciones de diferentes personajes con la producción cultural de su país, es el enfoque de este ensayo.

El libro está dividido en tres partes y en cada una se relata una historia de difusión de cultura: la de una maestra de escuela en los años veinte, la de la traductora y animadora cultural Victoria Ocampo en el mismo período y la de un grupo de cineastas vanguardistas en los años setenta.

Rosa del Río es una joven maestra nacionalista y su relación con la «máquina cultural» es de imposición y consolidación. Enseña en las escuelitas de los barrios pobres de Buenos Aires, poblados, al comienzo del siglo XX, por muchos inmigrantes en busca de una nacionalidad que la maestra les inculca, inclusive con la violencia, como si fuese legítimo imponer el derecho a la nacionalidad. Rosa piensa utilizar métodos personales en la enseñanza, pero en realidad es completamente conforme a las disposiciones del Estado. Sarlo relata la historia en primera persona, intentando entender y explicar las motivaciones de la maestra, e inserta muchas citas extraídas de los libros de lectura de la época, en las que se nota el «afán» en busca de una nacionalidad.

La segunda parte está dedicada a la traductora, viajera e intérprete de culturas extranjeras Victoria Ocampo. Esta joven rica y cultivada pertenecía a la elite porteña y creó la revista «Sur», que difundió la cultura europea en Argentina. La relación de Ocampo con la «máquina cultural» es diferente de la de Rosa del Río. Sarlo la explica de esta forma: «La máquina cultural es allí una máquina de traducir lenguas y libros, de interpretar, de imitar, de trasladar objetos, de moverse en el espacio. Victoria Ocampo vivió bajo el signo de la traducción, que no es un signo pacífico» (p. 280). Sarlo nos cuenta el conflicto lingüístico de esta mujer, que escribe en una lengua materna que no es la suya (el francés frente al español). Ocampo cree que la relación entre la cultura argentina y la europea es posible y es de integración y de síntesis. En realidad, como se nota a través de los malentendidos que se crean con algunos de sus amigos intelectuales, la relación es conflictiva por el carácter secundario y periférico de la cultura argentina.

En la tercera parte los protagonistas son unos cineastas vanguardistas de los años setenta, un período clave en la historia contemporánea de la Argentina. Estos chicos grabaron en una noche media docena de cortometrajes para proyectarlos en un acto político. Sarlo relata de manera nítida cada film que fue grabado, casi como los observase a través del objetivo de una cámara. Se trata de films que hablan de la censura pero lo importante no es el sujeto de las películas sino de qué manera fueron acogidas por los vanguardistas políticos. Sarlo subraya la fractura entre la vanguardia estética, representada por los cineastas, que piensan que sus trabajos son políticos más por su forma que por su mensaje (que es, a veces, desacralizador), y la vanguardia política y revolucionaria.

La característica del ensayo es que debe de tener algo de ciencia y algo de literatura, o sea tendría que tener una exposición clara y sistemática y ser estéticamente bello. Esto no se verifica para todos los ensayistas, porque a veces son simplemente «técnicos» de un determinado tema. Beatriz Sarlo responde perfectamente a las demandas del género: su obra es una obra de crítica pura pero puede ser leída con placer estético, tiene la capacidad de combinar el rigor crítico con la elegancia de su estilo. Al leer este ensayo se nota que la estructura argumentativa en la que se basan los temas es impecable, el enfoque es nuevo y original: Sarlo, como en todas sus obras, analiza la realidad y la historia a partir de premisas nuevas y se plantea problemas culturales que nadie, antes de ella, se había puesto.

En este ensayo más que en otros la autora se ha fijado en la estructura narrativa; la novedad de La máquina cultural es precisamente la escritura, que a veces parece casi novelística, pero sin perder el rigor crítico que la caracteriza: en este libro la ensayista porteña utiliza la primera persona para relatar la historia de la maestra, como si se tratara de una ficción, para luego volver a la tercera persona con la que reconstruye la historia de Ocampo y de los vanguardistas.

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