Fabril Buenos Aires (de ·Ambiente Y Medio" de Sergio Federovisk)


Así como son de inoperantes para discutir y modificar el Código de Planeamiento Urbano en lo que implica para la construcción de viviendas (seguramente porque son muy sensibles al lobby de las constructoras y megaestudios de arquitectura), los legisladores porteños fueron muy diligentes para modificar esa norma en lo referente a la disposición respecto de la instalación de industrias en la ciudad.

El Código, que rige desde 1977, preveía la ciudad de Cacciatore: sin industrias, actividad obrera, sin pobres y, de ser posible, cooptada por la patria constructora.

Así fue como se vació Barracas y quedó en el estado en que quedó. Los legisladores ahora entendieron que era prioritario quitar las prohibiciones para la instalación de industrias y, prestos, se dedicaron a modificar la norma. Los impulsaba un desarrollismo tardío, que supone que llenar de empresas textiles o metal-mecánicas la ciudad implica el desarrollo urbano.

Por eso, decidieron aprobar una versión que salvo en el casco histórico y en los bosques de Palermo (menos mal) levanta toda limitación para la instalación industrial, con la sola excepción de curtiembres y frigoríficos.

El asunto, como suele suceder, es que lo que se compra como desarrollo por un lado, se vende como pérdida de calidad de vida por el otro. Y en una ciudad donde el control no es lo que la distingue, la situación se pone delicada.
Los vecinos que persiguen una reforma del Código para impedir la proliferación absurda de torres que desnaturalizan los barrios, hacen colapsar los servicios y sólo promueven la especulación inmobiliaria, aceptan ideológicamente la postura de industrializar la ciudad, pero temen de la falta de control.

“Si actualmente el 70 por ciento de las demoliciones y construcciones se hacen en la ilegalidad, ¿cómo pueden pretender controlar industrias contaminantes?”, se preguntan.

Legisladores como Diego Kravetz, que llevan adelante el discurso desarrollista del kirchnernismo, afirman que existen tecnología para controlar esas industrias potencialmente contaminantes, por lo que hoy por hoy, no sería un problema. Cabría explicarle al amigo Kravetz que también existe tecnología para limpiar el Riachuelo o para no seguir envenenando, desde la ciudad de Buenos Aires, al río de la Plata. Y no obstante, el estado de esos cursos de agua (como el de los arroyos entubados, por caso) es patético.

La propia estadística que lleva adelante, y publica, el gobierno porteño señala que la industria cultural triplica por ejemplo a la construcción (hoy en un verdadero boom) en términos de potencial económico en la ciudad. ¿Tiene, en ese esquema, sentido autorizar una galvanoplastía en Nuñez?


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