Mis fotos copadas de Europa del Este



Plaza Principal.
Varsovia, Polonia.
Warsaw, Poland.

Hotel en Bratislava, Eslovaquia.

Fuente.
Viena, Austria.

Museo de Arte contemporaneo.
Viena, Austria.
Viena, Austria.


Montañas.
Rumania.

Roşia Montană
Rumania.

Tumba en el cementerio.
Roşia Montană
Rumania.

Castillo de Vlad Tepes (El verdadero Drácula)
Transilvania, Rumania.

Palacio de Gobierno.
Bucarest, Rumania

Polksa – Varsovia


Algunos ya saben donde estoy. Para los otros les cuento que estoy en Varsovia, Polonia.
Vine por trabajo una semana, y la verdad que es una experiencia increible.

Es un país muy diferente al nuestro.

Al menos en Varsovia, los polacos tienen una mezcla rara de nostalgia por los tiempos comunistas, un odio hacia los rusos y alemanes que aún persiste y cierta simpatía pro-americana que en algunos es casi idolatría.

La gente tiene mucha onda. Si bien el idioma es un problema porque pocos hablan ingles, me las estoy rebuscando y hasta aprendí alguna que otra palabra que es igual al castellano.
Lo interesante es que si bien las palabras son muy distintas, la acentuacion en las palabras y las frases se parece bastante al espa;ol con lo cual, puedo asegurar sin equivocarme que los latinos aprendemos polaco mas facilmente que los gringos.

Una cosa impresionante para ver en Varsovia es el museo de la Guerra, donde se pueden encontrar objetos e imagenes de la Segunda Guerra como por ejemplo, elementos de la Resistencia Polaca y algunas cosas que sobrevivieron del Ghetto de Varsovia.

Bueno gente, ya escribire mas pero ahora tengo que seguir laburando.

Un abrazo para todos.

Alfombra boliviana – Por Sandra Russo

Moles, Bourdieu, Morin, Barthes y Eco aterrizaron en el baño de mi casa. Me di cuenta después de una ducha, cuando en lugar de pisar la alfombra negra a la que estaba acostumbrada, pisé esa otra, la que Norka nos trajo de recuerdo a mi hija y a mí hace unos años, después de un viaje a Bolivia para visitar a su familia.

Norka trabajó en casa cuidando a la nena durante bastante tiempo. Había venido a la Argentina en los años del uno a uno, buscando hacer diferencia en dólares para ayudar a pagar deudas familiares. Ella estaba con nosotras cuando nos mudamos del PH de Boedo al dúplex de Palermo, donde dejamos atrás el ladrillo a la vista y las azaleas y optamos por las paredes blancas y los papiros. Ya vivíamos allí, en esa casa limpia de adornos, cuando Norka volvió de uno de sus viajes y nos trajo la alfombrita: un rectángulo de lana blanco con el dibujo de una llama y la leyenda “Bolivia” en un costado. En su momento, se la agradecí efusivamente, pero la alfombrita quedó por ahí perdida, en el living, y solamente la usábamos cuando faltaban sillas, para que alguien se sentara mullidamente en el piso.

Supongo que la alfombra negra fue para el lavadero y la alfombra boliviana la reemplazó temporariamente en el baño. Pero cuando la vi, la vi distinta. La alfombra, naturalmente, no cambió. Cambió Bolivia. Cambió el contenido simbólico del nombre de ese país cuyos pulóveres solíamos usar muy jóvenes, en la modernidad de nuestras vidas, antes de que la posmodernidad nos impusiera los básicos sin etiquetas ni estampados ni leyendas de ninguna especie.

Cuando la vi en el piso de mi baño, me dio no sé qué pisar la parte que decía “Bolivia”, y desde entonces muy cuidadosamente me controlo para ubicar mis pies arriba de la llama. Y por supuesto, no puedo dejar de sentirme ridícula haciendo eso, pero tampoco puedo obviar el fermento de significados y símbolos que exhala mi alfombrita y que me tomaron por sorpresa.

Todo este relato viene a cuento de cómo puede ser que en poco tiempo y sin que uno lo registre, las piezas cerebrales y sensitivas catadoras del buen y del mal gusto hayan sufrido alguna mutación. ¿Qué hace que algo nos guste o no nos guste? ¿Hasta qué nivel de sentido penetramos cuando sencillamente miramos una mesa, un vaso, una remera, una lámpara? ¿Por qué me empeñaba en no pisar la leyenda “Bolivia” si precisamente esa leyenda era la que delataba a ese objeto-alfombra como destinado a alguien como yo, a alguien lejano, a un Otro consumidor de souvenires, esos retazos artificiales de identidades pretendidas?

“Aún está por constituirse una sociología de los objetos”, advertía hace treinta años Abraham Moles, uno de los más agudos estudiosos del Kitsch, después de señalar qué bien vendría una “psicología de las copas de vino burdeos”. En su ensayo sobre ese estilo que estalló al mismo tiempo que la sociedad de masas, Moles establece algunos principios que lamentablemente no fueron retomados y que me hubiesen sido útiles para explicarme la inquietud, la sensación entre culpable y gozosa de redescubrir en mi casa la existencia de esa alfombra boliviana, ahora ya cargada con las connotaciones post Morales, eje del mal, no al ALCA, sí al ALBA, Chávez, Mercosur ampliado, gasoducto, en fin, como se ve: mi alfombra boliviana era un dechado de significados que estallaban abajo de mis pies, pero sobre todo en mi cabeza.

Moles enfatiza el interés por la vida cotidiana como elemento de estudio de transacciones de sentido y como piedra angular de una posible “ciencia de lo próximo”. Habla de la importancia del marco material de esa vida cotidiana, como “testigo y mensaje que la sociedad envía al individuo”. Y habla además de la “universalidad física de lo artificial” en relación con lo que antes de la sociedad de masas era aceptado como “natural”. Con la irrupción de un estilo de vida seriado, la sociedad de masas cambió la relación de los sujetos con los objetos que los rodean y especialmente con los que lo acompañan en su vida cotidiana. Al opacar gran parte de la vida de hombres y mujeres destinándola a ocupaciones asalariadas (Moles las llama “impuestos temporales”), surge un tiempo vacío de obligaciones que plantea situaciones novedosas: el tiempo libre y el espacio privado, entonces, suponen para los individuos las “verdaderas elecciones”, los definen como sujetos “libres”.

De ahí, dice Moles, que no sea inocente en absoluto qué copa de vino y qué vino se toma en una casa cualquiera un domingo, o qué sillón es el favorito del dueño de casa, o qué hace en él, si dormir, si mirar televisión o si leer. Las paredes de cualquier hogar urbano hablan, gritan, escupen significados. Un dormitorio matrimonial describe, con su tipo de cama y el color de sus cortinas, la relación entre los cónyuges. ¿Pero cómo leer ese idioma en el que hablan los objetos? ¿Con qué oídos se puede prestarles atención? ¿Qué nos dicen nuestros propios objetos a nosotros? ¿Qué me dice esa alfombra boliviana que se abrió paso, sola, hasta instalar su discurso viscoso y libertario en el baño principal de mi casa?

99 años – Frida Kahlo


Todos hubieran esperado a festejar los 100 años del nacimiento de alguién para homenajearlo.
Pero ya saben que yo no soy como todos, y siempre me mando alguna.
Además quizás el año que viene Listao ya no exista.
Por las dudas, festejemos hoy el cumpleaños Número 99 de Frida.
Para quienes quieran una biografía, hagan click acá.

Si Frida te importa un bledo, podés seguir leyendo sobre el mundial. Aprovechá que queda poco.

Chomsky denuncia el falso poder de la ciencia, la política y la religión

“La ciencia no está desplazando a la religión porque no hay nada que desplazar”

Chomsky ha sido una de las personalidades más relevantes en la lingüística y en la ciencia cognitiva contemporánea. En una entrevista concedida a Science&Theology News, señala que ciencia, política y religión pueden constituirse en “falsos profetas” que creen poseer la verdad y contribuir así a pervertir la conducta humana. Esta perversión ocurre cuando perdemos el horizonte del enigma (por la ilusión de la verdad) y las posibilidades de la libertad (por la ilusión de que el poder científico, político o religioso puede imponernos lo que debemos hacer). La religiosidad en realidad es humilde, pero es una inclinación del hombre a entregarse a una práctica que abre a una esperanza de futuro.

Por Juan Antonio Roldán

A sus 77 años de edad, Noam Chomsky ha sido entrevistado por Matt Donnelly en Science&Theology News (marzo 2006). De nuevo han salido a colación algunos de los temas ya clásicos y persistentes de su pensamiento en lo referente a la crítica al poder tanto científico, como político o religioso.

Para Chomsky, el conocimiento humano es muy limitado tanto en la ciencia, como en la política o en la religión. La exageración del conocimiento conduce a fundamentaciones falsas de un uso del poder abusivo en ciencia, política y religión.

Ciencia, política y religión pueden constituirse así en “falsos profetas” que creen poseer la verdad, pero contribuyen a pervertir la conducta humana. Esta se pervierte al perder el horizonte del enigma (por la ilusión de la verdad) y al perder las posibilidades de la libertad (por la ilusión de que el poder científico, político o religioso, puede imponernos lo que debemos hacer).

Noam Chomsky encabezó la lista de los 100 intelectuales más influyentes del mundo, según el Prospect/Foreign Policy del año 2005, pasando por encima de Richard Dawkins, Václav Havel o Salman Rushdie. Es notable que así sea, ya que Chomsky, al fin y al cabo, representa precisamente la crítica del intelectual que se prostituye ante el poder: es el intelectual anti-intelectual que critica el falso uso de la razón en “servicio del poder”.

La obra de Chomsky

Chomsky ha sido durante más de cincuenta años profesor e investigador de lingüística en el Massachussets Institute of Technology ([MIT]url: http://web.mit.edu/).

Nació en Philadelphia en una familia judía de inmigrantes del este de Europa y no pocas de sus posiciones filosóficas podrían ponerse en relación con los principios de una religión de prácticas como es el judaísmo de la Torah.

Las aportaciones de Chomsky han tocado una variada serie de campos. Es uno de los padres de la llamada “revolución cognitiva”, que vino a frenar la influencia creciente de los enfoques conductistas en las ciencias humanas del siglo XX.

Su punto de vista establecía que debía postularse la existencia de una estructura profunda en el cerebro humano, derivada evolutivamente y por herencia, que entre otras cosas nos hacía capaces de aprender una lengua.
Esta estructura constituía algo así como una gramática humana universal, codificada neuronalmente, que podía generar las diversas lenguas aparecidas en la historia y en las diversas culturas.
Esta “gramática universal” podía ser formalizada por el uso de modelos matemáticos que esquematizarían una aproximación a esta lógica universal de la mente humana universal, común a todos los hombres.

Es evidente que las intuiciones de Chomsky favorecieron que, en otros campos de la psicología y de la ingeniería del conocimiento, se comenzara a trabajar en modelos matemáticos que, en alguna manera, modelizaran también el funcionamiento de la mente humana.

Autores como Newell y Simon comenzaron pronto la investigación hacia estos modelos formales, inspirados en el ordenador, capaces de describir el funcionamiento de la mente.
Son las teorías computacionales del hombre que, aunque vinculadas a Chomsky, no pueden identificarse con el pensamiento de éste, a nuestro entender mucho más comedido, ya que nunca, a nuestro entender, ha pasado al terreno de lo que llamaríamos una idea mecanicista o robótica del hombre.

El enfoque de Chomsky postula que cuando un niño nace lleva ya en su mente una codificación neural de una estructura que le permitirá aprender el lenguaje a toda velocidad. Pero Chomsky no defiende un apriorismo kantiano, ya que esta estructura ha surgido a posteriori a lo largo del camino evolutivo de las especies animales y de la especie humana.
Es decir, esta estructura neural no pertenece al hombre, impuesta desde un no se sabe dónde al margen del tiempo, sino que se ha ido formando poco a poco en un marco evolutivo aposteriórico (esto es, en dependencia de la experiencia animal y humana).

Servicio intelectual al poder

“La gente que se conoce como “intelectual” –nos dice Chomsky en la mencionada entrevista- tiene el mérito primario de servir al poder.
Así es desde las noticias históricas más antiguas, en la Biblia, por ejemplo. Si se fijan en lo que hacían los profetas, actuaban como lo que podríamos llamar “disidentes intelectuales” …”.

“La gente a la que llamamos intelectuales no son diferentes de los demás, excepto en que tienen un privilegio particular. La mayor parte viven en la abundancia, están educados y tienen recursos. Cuando el privilegio aumenta, también aumenta la responsabilidad …”.

Frente a este mundo de posibilidades de los intelectuales, socialmente instalados, la gente normal se encuentra en inferioridad de condiciones: luchan por la vida y la supervivencia esencial; sin embargo, insiste Chomsky, muestran en ocasiones una perspicacia intelectual mucho mayor que la de los intelectuales instalados y al servicio de un sistema establecido que no resuelve los problemas y que son incapaces de superar. Pero los intelectuales viven en la arrogancia de creer que poseen el poder de las ideas y de la verdad.

El poder de la ciencia y de la política

“La ciencia trata de cosas muy simples y formula preguntas básicas sobre ellas. Tan pronto como la ciencia se hace más compleja, ya no es capaz de responderlas. La razón de que la física pueda llegar a tales profundidades es porque se limita a cosas extremadamente simples, prescindiendo de la complejidad del mundo …”. “La ciencia difícilmente alcanza los asuntos humanos. Las circunstancias humanas son demasiado complicadas. Incluso comprender los insectos es un problema demasiado complicado para la ciencia. Así, las ciencias que tenemos no nos dicen apenas nada de las dimensiones humanas”.

La ciencia, para Chomsky, conoce el mundo, pero muy pobremente. Pero, sin embargo, frente a esta “visión precaria”, ofrece la visión prepotente de un conocimiento absoluto ilusorio que funda una instancia de poder falsa. El “ídolo” de un conocimiento final que se impone, resuelve las cosas, y sustituye nuestra responsabilidad humana de vivir comprometidamente ante el enigma.

El poder de la política es algo semejante.
Se crea la ficción de que el concimiento (e incluso la ciencia) impone ciertos modos de actuar que se ofrecen a la gente como inevitables.
La manipulación de los medios de comunicación es el instrumento con que la “razón política” se apropia del poder por imposición del conocimiento. A esta denuncia había respondido ya una de las obras políticas más importantes de Chomsky: Manufacturing Consent: The Political Economy of the Mass Media.

El poder de la religión

“El mismo Jesús, y la mayor parte del mensaje evangélico, es un mensaje de servicio a los pobres, una crítica del rico y poderoso, y una doctrina pacifista. Y todo permaneció de esta manera hasta que se llegó a Constantino …”. La cruz, nos dice Chomsky, se puso en el escudo del imperio romano y se convirtió entonces en símbolo de violencia y opresión; y así más o menos ha continuado actuando la Iglesia hasta el momento. “Es llamativo que en tiempos recientes grupos eclesiales, sobre todo obispos de América latina, pero no sólo ellos, hayan tratado de volver a los evangelios”.

“Cuando hablamos sobre religión –sigue diciéndonos Chomsky-, nos referimos a una forma particular de religión, la que acabó dominando a toda la sociedad occidental. Pero si miramos a otras sociedades en el mundo, vemos que sus creencias religiosas son muy diferentes. La gente tiene derecho a creer todo lo que considere, incluyendo creencias irracionales. En realidad todos nosotros tenemos creencias irracionales, en un cierto sentido …”. Ni siquiera las ciencias pueden probarlo todo absolutamente, aunque nos lo quieran hacer creer, dice Chomsky. ¿Es posible una prueba definitiva de las cosas? “Si buscas pruebas, entonces ve a la aritmética; en ella se pueden probar cosas. Pero tú estipulas entonces los axiomas. Pero las ciencias tratan de descubrir cosas, y la noción de prueba no existe”.

“La ciencia y la religión son inconmensurables. Pienso que la religión te dice: aquí está lo que debes creer. El judaísmo es un poco diferente porque no es en realidad una religión de creencias, sino una religión de prácticas. Si hubiera preguntado a mi abuelo, que era un judío ultraortodoxo del este de Europa, ¿crees en Dios?, me habría mirado con una expresión atónita, y no hubiera sabido de qué estaba hablando. Lo que debes hacer es llevar adelante las prácticas religiosas. Naturalmente, se llega siempre a decir: yo creo en esto o en aquello. Pero la creencia no es el centro de la religión. El corazón de la religión son las prácticas que asumes y llevas adelante. Y sí, ciertamente, hay un sistema de creencias detrás de la práctica, en alguna manera. Pero no se pretende que sea una descripción del mundo. Se trata sólo de un contexto en el que se hacen las prácticas que se consideran oportunas”.

Diríamos, pues, que para Chomsky la religión convive con el enigma y la oscuridad de las creencias. Sin embargo, es un compromiso existencial con una práctica que se acepta en su precariedad y no pretende llegar a dominar la realidad por el conocimiento y buscar su instalación consecuente en el poder. La religiosidad es así humilde; pero es una inclinación del hombre al entregarse a una práctica que abre a una esperanza de futuro.

Chomsky ante el ateísmo

“En realidad no sé lo que es un ateo. Cuando la gente me pregunta si yo soy un ateo, debo preguntarles qué es lo que preguntan. ¿Qué es aquello en lo que se supone que yo no creo? Hasta que no puedas reponderme a esta pregunta, no podré decirte si soy un ateo. Y en este sentido la pregunta no se plantea”. “No veo cómo alguien puede ser agnóstico si no se sabe qué es aquello en lo que se supone que se cree o se rechaza”. En realidad, para Chomsky, la ciencia ni prueba ni rechaza la existencia de Dios. La cuestión divina pertenece a una dimensión enigmática que no puede ser abarcada por la ciencia, ni siquiera por la religión.

El punto de vista de Chomsky sobre el ateísmo parece, pues, a nuestro entender, derivarse de su idea de la limitación del conocimiento, tanto en la ciencia, como en la política, como en la religión. El enigma, la oscuridad, la incógnita, nos rodean y condicionan en nuestra situación humana. Su punto de vista parece congruente entonces con la epistemología moderna, propia de la cultura ilustrada y tolerante en que vivimos.

“ … La concepción de la ciencia cambió. En lugar de tratar de mostrar que el mundo nos es inteligible, reconocimos que no lo es. Sin embargo, simplemente decimos: conocemos sólo la forma en que el mundo funciona. Y las pretensiones de la ciencia han paso de pretender mostrar cómo el mundo nos es inteligible, que no lo es, a pretender mostrar que hay “teorías” que nos hacen inteligible el mundo. Esto es la ciencia: el estudio de teorías inteligibles que nos dan una explicación de algunos aspectos de la realidad”. Son teorías, por tanto, según esta concepción de Chomsky, meramente funcionalistas que no nos desvelan la esencia enigmática de la realidad.

Inmersos en la oscuridad

La posición de Chomsky parece entenderse, por tanto, como una crítica del poder fundada en una manipulación del conocimiento, en la ciencia, en la política y en la religión. Aunque sus posiciones son muy radicales y no serán aceptadas por todos, evidentemente, y serían susceptibles de diversas matizaciones, no cabe duda de que se trata de una posición comprometida y respetable.

“Cuando la gente –concluye Chomsky- considera lo que la ciencia nos dice acerca de los asuntos realmente humanos, es la mayor parte de la veces una broma. Además, incidentalmente, tampoco pienso yo que la religión nos diga mucho más. Por tanto, no es que la ciencia esté desplazando a la religión, porque no hay nada que desplazar”. En cuanto al conocimiento, por consiguiente, tanto ciencia como religión se mueven en una oscuridad de fondo.

Juan Antonio Roldán es miembro de la Cátedra CTR. Comentario a la entrevista de Matt Donnelly a Noam Chomsky publicada en Science&Theology News, en el número de marzo 2006.