Martín ya no hacia el cortito, pero todavía se lo pedían. Su incontinencia de golpes lo llevaba a desparramar amor a trompadas. Y los pibes se lo agradecían con aplausos y gritos, pidiéndole su famoso golpe, o abucheando a sus rivales.
William Bu todavía es puteado por las calles. Mantiene su barriga y su corte de pelo que tantas veces fue imitado por los rugbiers de la high, como símbolo de su decadente distinción aristocrática.
El 60 se llena de cachorros de burgueses. Salen del cine.
– ¿Viste que buena estaba la rubia de la cuarta fila? El colectivo se llena más en la siguiente parada.
Toman gaseosa en latita y comen golosinas del País del Norte. Un hombre deja su bolso gastado en el piso. Se duerme parado. Tomado del pasamanos. Es increíble lo que un día de trabajo en la construcción podía lograr. Tenía poco tiempo para descansar y cada momento libre era bueno. Un ciclista se cruzó. EL colectivero, también habituado a la ciudad y sus constantes regularidades de irregulares situaciones, alcanzó a frenar.
El ciclista no escuchó las puteadas del chofer. Sus únicas preocupaciones eran que Boca perdía de nuevo y que El Diego no podía jugar.
El colectivo frenó. Todos escucharon la bocina, las puteadas y la frenada y trataron de aliviar el golpe. Pero el hombre y su bolso no. Estaban durmiendo. Cayeron sobre los cachorros burgueses.
Negros de mierda. Siempre lo mismo. Salen del laburo y se chupan. No ves que son cabezas? Bah…. anda a saber si laburan estos villeros, que lo parió, encima me manchó todo… repetía y repetía la puteada una y otra vez mirándose el pecho, puteando al negro que le había arruinado su nueva remera del Che Guevara