BitTorrent, el mayor servicio P2P de Internet

Con el 35% de todo el tráfico de Internet, BitTorrent es, con amplio margen, la mayor red global P2P de intercambio de archivos.



Según cifras de la consultora británica CacheLogic, BitTorrent concentra más de una tercera parte de todo el tráfico de Internet, independientemente del contenido o categoría. Por medio de BitTorrent, los usuarios consiguen películas, música, juegos y software.



Todo el mundo sabe que la mayor parte del material es pirateado, aunque también se distribuyen archivos legítimos, en especial software de código abierto.



En gran medida, BitTorrent ha ocupado el lugar que anteriormente ocupaban Napster, Kazaa, Emule o Edonkey. Al contrario que tales servicios, BitTorrent no usa una administración central que pueda ser demandada o servidores que puedan ser bloqueados.



La red está estructurada exclusivamente en torno a los propios usuarios, y existen relativamente pocas posibilidades de que sean descubiertos por las industrias discográfica o cinematográfica en caso que intercambien archivos ilegales.



John Malcolm, portavoz de MPAA, declaró a la agencia Reuters que BitTorrent, es un sistema muy eficaz para el intercambio de grandes archivos, y que muchos usan y abusan, para intercambiar material ilegal.



MPAA se encuentra estudiando las posibilidades de que dispone para poner fin a este uso indebido de material con derechos reservados.Podemos obtener más información pulsando aquí.

La resistencia y la izquierda

Por Naomi Klein



La primera vez que me topé con el ejército Mahdi de Muqtada al-Sadr fue el 31 de marzo en Bagdad. El jefe de la ocupación de Estados Unidos, Paul Bremer, acababa de enviar hombres armados para cerrar el periódico del joven clérigo, Al Hawza, acusando que en sus artículos se comparaba a Bremer con Saddam Hussein e incitaban a la violencia en contra de los estadunidenses. En respuesta, Sadr convocó a sus partidarios a protestar ante las puertas de la zona verde, exigiendo la reapertura de Al Hawza.

Cuando supe de la protesta, decidí ir, pero existía un problema: había estado visitando fábricas estatales todo el día y no iba vestida adecuadamente para una muchedumbre de fieles Chiítas. Pero, razoné, ¿no se trata acaso de una demostración en defensa de la libertad de prensa? ¿Rechazarían realmente a una periodista en pantalones flojos? Me eché una mantilla encima y me puse en marcha.

Los manifestantes habían escrito pancartas en inglés que decían: “dejen a los periodistas trabajar sin terror” y “dejen a los periodistas hacer su trabajo”. Qué bueno, pensé, y me puse a trabajar. Sin embargo, un miembro del ejército Mahdi vestido de negro enseguida me interrumpió: quería hablar con mi traductor acerca de mi vestuario. Un amigo y yo bromeamos que íbamos a hacer nuestra propia pancarta diciendo: “dejen a los periodistas usar pantalones”. Pero la situación en seguida empeoró: Otro soldado de Mahdi agarró a mi traductor y lo empujó contra una pared de concreto, lastimando su espalda gravemente. Mientras tanto, una amiga iraquí llamaba para avisar que estaba atrapada dentro de la zona verde y no podía salir: había olvidado traer una mantilla y tenía miedo de toparse con una patrulla Mahdi.

Fue una lección ejemplar sobre quién es realmente Sadr: no un liberador antimperialista, como alguna gente de la izquierda lo califica, sino que él desea expulsar a los extranjeros para subyugar y controlar él mismo a gran parte de la población Iraquí. Pero Sadr tampoco es el bandido unidimensional que muchos describen en los medios, una representación que ha permitido que muchos liberales permanezcan callados cuando a aquel se le excluyó de participar en los comicios y hacen la vista gorda mientras Estados Unidos bombardea cada noche la población civil de Ciudad Sadr, donde un reciente ataque produjo un apagón durante un brote de hepatitis tipo E.

La situación requiere una actitud más ecuánime. Por ejemplo, los reclamos de Muqtada al-Sadr por una libertad de prensa pueden no incluir la libertad de cobertura para mujeres periodistas. Sin embargo él tiene derecho de publicar su periódico político, no porque él crea en la libertad sino porque supuestamente nosotros lo hacemos. Paralelamente, las peticiones de Sadr exigiendo elecciones justas y un fin a la ocupación exigen nuestro apoyo incondicional; no porque estemos ajenos a la amenaza que él plantearía si realmente lo eligieran sino porque el concepto de autodeterminación dictamina que los resultados de la democracia no se deben manipular.

Estos tipos de matizadas distinciones son comunes en Iraq: mucha gente que he conocido en Bagdad condena fuertemente los ataques contra Sadr, lo cual evidencia que Washington nunca se propuso defender la democracia en el país. El público apoya el reclamo de Sadr por el fin de la ocupación y elecciones inmediatas. Pero cuando se les pregunta si votarían por él en tales elecciones, la mayoría de la gente simplemente se ríe.

Sin embargo aquí en Norteamérica, la idea de que es posible apoyar el reclamo de Sadr sin apoyarlo como futuro primer ministro de Iraq ha resultado más difícil de asimilar. Por plantear dicha alternativa, Nick Cohen, en el London Observer, me ha acusado de “inventar excusas para los teócratas y misóginos”. Frank Smyth, en Foreign Policy in Focus ha escrito que “he sido víctima de la ingenuidad a favor del ejército de Al-Mahdi”, mientras que Christopher Hitchens, en la revista electrónica Slate, me califica como una “socialista-feminista que ofrece un incondicional apoyo a los teócratas fascistas”.

Toda esta varonil defensa por los derechos de la mujer basta para que una muchacha se ruborice. Pero antes de que Hitchens se lance al rescate, es digno recordar la manera cómo él racionalizó su apoyo a la guerra, lo cual arruinó su reputación: aunque las fuerzas estadunidenses realmente estuvieran allí para acaparar el petróleo e instalar bases militares, escribió, la liberación del pueblo iraquí conlleva un efecto secundario tan espléndido que los progresistas en todas partes deberían aplaudir los misiles. Mientras que el feliz desenlace de la liberación continúa siendo una broma cruel en Irak, Hitchens ahora propone que la actual Casa Blanca, con sus preceptos en contra de la mujer y de la homosexualidad, es la mejor alternativa con que cuenta el pueblo iraquí, en comparación con el fanatismo religioso de Sadr y sus preceptos en contra de la mujer y de la homosexualidad. Una vez más se nos sugiere festejar el paso de los Bradleys, apretarnos las narices y elegir el mejor de dos males.

No existe duda alguna que los iraquíes enfrentan un caso extremo de fanatismo religioso, pero las fuerzas de Estados Unidos no lograrán proteger a las mujeres iraquíes ni a las minorías de tal amenaza, tomando en cuenta su notorio papel en Abu Ghraib y los bombardeos en las ciudades de Faluja y Sadr. La liberación nunca derivará de esta invasión ya que su objetivo fue siempre la dominación. Aun considerando el desenlace más propicio, la actual coyuntura en Iraq no radica en elegir entre el peligroso fundamentalismo de Sadr y un gobierno laico y democrático compuesto por sindicalistas y feministas. La elección es entre elecciones libres (con el el riesgo de conceder el poder a los fundamentalistas, pero permitiendo que las fuerzas laicas y religiosas moderadas se organicen) y unas elecciones fraudulentas diseñadas para otorgar el poder a Iyad Allawi y sus secuaces entrenados por la CIA y el Mujabarat, completamente subordinado a Washington en cuestiones financieras y de poder.

Esta es la razón por la cual se está buscando a Sadr, no porque él sea una amenaza a los derechos de la mujer, sino porque él es la única y la mayor amenaza al control militar y económico de Estados Unidos en Iraq. Incluso después de que el gran ayatola Alí Al-Sistani, temiendo una guerra civil, echara marcha atrás en su lucha contra los planes del traslado de poder, Sadr continuó desafiando la constitución dictada por Estados Unidos, continuó exigiendo el retiro de las tropas extranjeras y continuó impugnando los planes de Estados Unidos de designar un gobierno interino en vez de llamar a elecciones. Si se resuelven las exigencias de Sadr y se deja en verdad el futuro del país en las manos de la mayoría, las bases militares de Estados Unidos en Iraq estarán en grave peligro, así como todos los estatutos impulsados por Bremer en favor de la privatización.

Los progresistas deberían oponerse a los ataques de Estados Unidos en contra de Sadr, ya que no constituyen una ofensiva en contra de un hombre, sino en contra de la posibilidad de un futuro democrático para Iraq. Existe también otra razón para defender los derechos democráticos de Sadr: es la mejor manera de luchar contra el auge del fundamentalismo religioso en Irak.

Lejos de reducir la atracción del extremismo, las agresiones de Estados Unidos en contra de Sadr lo han consolidado ampliamente. Sadr se ha cimentado hábilmente no como un austero portavoz de los Chiítas radicales sino como un nacionalista iraquí que defiende su país entero contra el invasor extranjero. Por eso, cuando el ejército estadunidense lo atacó con ferocidad y él se atrevió a defenderse, se ganó el respeto de millones de iraquíes que viven bajo la humillación y la brutalidad de la ocupación.

Los brutales intentos de subyugar a Sadr también han servido para confirmar los peores temores de muchos Chiítas: que están siendo traicionados una vez más por los estadunidenses, los mismos estadunidenses que apoyaron a Saddam durante la guerra de Irán contra Irak, que costó las vidas de más de cien mil iraquíes; los mismos estadunidenses que los incitaron a la insurgencia en 1991, para luego abandonarlos a su suerte. Ahora, de nuevo bajo sitio, muchos se están refugiando bajo las certezas del fundamentalismo y acuden a recibir servicios sociales de emergencia en las mezquitas. Algunos incluso conjeturan que hace falta un caudillo feroz y fundamentalista que haga frente a los otros cabecillas que intentan controlar Iraq.

Tal cambio de actitud es evidente en todas las encuestas. Una encuesta de la Autoridad Provisional de la Coalición en mayo, después del primer embate estadunidense en Nayaf, demostró que la opinión sobre Sadr había mejorado entre el 81 por ciento de iraquíes sondeados. Una encuesta del Centro para la Investigación y Estudios Estratégicos de Iraq calificó a Sadr, un protagonista marginal apenas seis meses antes, como la segunda figura política de mayor influencia en Iraq después de Sistani.

Lo más alarmante es que los ataques parecen aumentar la prominencia no solamente de Sadr personalmente sino de la teocracia en general. En febrero, un mes antes de que Paul Bremer cerrara el periódico de Sadr, una encuesta de Oxford Research International encontró que la mayoría de los iraquíes deseaba un gobierno laico: solamente 21 por ciento de los encuestados declararon preferencia por un “estado islámico” y solamente 14 por ciento se alinearon en apoyo de “políticos religiosos” como sus favoritos.

Volviendo a agosto, con Nayaf bajo sitio por las fuerzas estadunidenses, el Instituto Republicano Internacional (IRI) divulgó que un alarmante 70 por ciento de los iraquíes desean que el Islam y la Shariah (Ley Islámica) constituyan las bases del Estado. La encuesta no distinguió entre la interpretación inflexible de la Shariah de Sadr y otras versiones más moderadas practicadas por otros partidos religiosos. Con todo, está claro que algunas de las personas que me dijeron en marzo que apoyaban a Sadr pero nunca votarían por él están comenzando a cambiar de opinión.

Naomi Klein es autora de No Logo y Vallas y Ventanas


Una de mis poesias

Culpame

Culpame si querés

por resistirme al deseo

y por el temor absurdo,

a un irreverente amor.

Por no arriesgar

al encuentro de las pieles,

y al más profundo,

de las almas.

Por permitir al tiempo,

tirano destructor,

corromper nuestro juego

de pasión y seducción.

Pero por mirarte

como te miro,

no me culpes.

Por disfrutar tu presencia,

por gozar de tus sonrisas,

y de intentar despertar

algo mío en vos.

Por no querer nadie cerca

cuando estás vos.

Por soñar con un beso,

y un minuto de locura.

Por intentar reconstruir

lo que sabemos imposible,

te pido, Maga,

no me culpes.

Hernán

La fría noche del 1 de Junio de 2002

Alejandro Dolina: reflexiones sobre la radio, los oyentes y los silencios

El escritor, músico y conductor radial fue anoche el protagonista de la entrevista en Radionauta. La charla, centrada en la temática radiofónica, fue rica en anécdotas e ideas conceptuales.

Guadalupe Diego. De la Redacción de Clarín.com.

gdiegotv@claringlobal.com.ar

Radionauta, el programa de Patricio Barton en Canal á, tiene un objetivo sencillo, casi modesto si se quiere: la idea es que el televidente conozca más acerca del mundo de la radio. No existen mayores pretensiones más allá de esta, casi didáctica, propuesta; que, acaso ayudada por este destino definido y limitado, suele llegar a buen puerto.

Para el televidente, la empresa posiblemente será más o menos provechosa a partir del personaje –siempre un hombre de radio, o también de radio- seleccionado para la ocasión; ya que es él y no otro quien se lleva la mayor parte de la entrega. Y lo cierto es que, en líneas generales, hay una acertada selección al respecto. Por ahí ya pasaron, entre otros, Lalo Mir y Pepe Eliaschev y, por estos días, quien anda diciendo lo suyo en la pantalla de Canal á es Alejandro Dolina, un tipo que ya pasó cómodamente la década frente al micrófono. Es más, tan cómodo la pasó que anda más cerca de la segunda que de la primera.

Interesante el entrevistado e interesante también el cuestionario. El temario repite la naturaleza jurídica de la propuesta toda y vuelve a ser algo sencillo, limitado y concreto. ¿Qué tenemos a cambio?, respuestas meditadas, con tiempo para la reflexión para quien contesta y material provechoso para quien escucha.

Entre los temas tratados en esta especie de “filosofía sobre la radio” que es la charla en Radionauta, el papel del oyente y la importancia del silencio –una idea recurrente en Radionauta- fueron anoche dos de los pasajes más ricos de la conversación. El primero de ellos sirvió para dividir aguas: una cosa es la presencia del público en el estudio (un interesante pelotón de público se da cita cada noche en El Tortoni para “ver” La venganza será terrible) y otra distinta es la intervención del oyente en el programa de radio propiamente dicho (y aquí Dolina advirtió sobre la exagerada costumbre, hoy casi convertida en norma, de hacer programas de radio casi exclusivamente a partir de lo que dicen al aire los oyentes; algo que encontró bastante desafortunado)

El otro tema, el silencio, fue, como lo ha sido por otros entrevistados, reivindicado por nuestro invitado (imaginamos que la reivindicación del silencio lo será hasta cierto límite, porque si resultara el protagonista absoluto de las noches de Continental, nos quedaríamos sin programa). En ambos ejes, por supuesto, no faltaron anécdotas y episodios para la risa.

Finalmente, también llegó la comparación ineludible: la diferencia que existe entre la radio y la televisión. Aquí Dolina se corrió del clásico “la radio es mejor porque como el que escucha no ve, lo que no ve lo imagina” y planteó, en cambio, un análisis algo más elaborado y que tuvo que ver con las cuestiones que aparecen en cada uno de los soportes (urgencias / tiempos / dinero / presiones / rating / posibilidades de ensayo / de arriesgue). “Si algo fuera bueno por la ausencia de elementos (porque no se ve, en el caso de la radio), la mejor obra artística sería aquella basada en una ausencia total de elementos; la que no existe en absoluto”, dijo. Algo que sonó, después de todo, tan absurdo como atinado: tal vez alguna que otra propuesta radial o televisiva sí mejora si desaparece.

¡Qué buen spot compañero Marx!

Umberto Eco nos propone releer el Manifiesto del Partido Comunista, publicado por Marx y Engels en 1848, desde el punto de vista de su calidad literaria, o por lo menos, de su extraordinaria estructura retórico-argumentativa.

Por Umberto Eco

No se puede sostener que algunas bellas páginas puedan solas cambiar el mundo. La obra entera de Dante no logró restituir el sacro Emperador romano a las comunas italianas. Sin embargo, el Manifiesto del Partido Comunista, publicado por Marx y Engels en 1848, y que ciertamente ha influido en los acontecimientos de dos siglos, debe ser releído desde el punto de vista de su calidad literaria, o por lo menos, de su extraordinaria estructura retórico-argumentativa.

¡Qué buen spot compañero Marx!
¡Qué buen spot compañero Marx!

En 1971 apareció el pequeño libro de un autor venezolano, Ludovico Silva, El estilo literario de Marx, publicado en Italia en 1973 por Bompiani. Creo que está ya agotado, y valdría la pena reeditarlo.

Refiriéndose a la historia de la formación literaria de Marx (pocos saben que escribió también poemas, muy malos en la opinión de los que los leyeron), Silva analizó toda la obra marxiana.

Curiosamente, dedicó sólo pocas páginas al Manifiesto, quizás porque no es una obra estrictamente personal.

Es una lástima: se trata de un texto formidable que alterna tonos apocalípticos e ironía, eslogans eficaces y explicaciones claras, y que —si realmente la sociedad capitalista quiere vengarse de los fastidios que estas no muy numerosas páginas le han causado— debería ser religiosamente analizado hoy en las escuelas para publicistas.

Reléanlo, por favor. Empieza con un formidable golpe de timbal, como la Quinta de Beethoven: “Un fantasma recorre Europa” (no olvidemos que estamos cerca ya del comienzo prerromántico de la novela gótica, y los espectros son entidades que se deben tomar en serio).

Sigue inmediatamente después una historia a vuelo de pájaro de las luchas sociales, desde la antigua Roma hasta el nacimiento y desarrollo de la burguesía, y las páginas dedicadas a las conquistas de esta nueva clase “revolucionaria” constituyen su poema fundador, todavía válido para los sostenedores del liberalismo.

Se ve (quiero decir exactamente “se ve”, en sentido casi cinematográfico) esta nueva fuerza irrefrenable que, impulsada por la necesidad de nuevas salidas para sus mercancías, cruza todo el orbe terráqueo (y a mi parecer aquí el judío y mesiánico Marx piensa en el inicio del Génesis), trastorna y transforma países lejanos porque los bajos precios de sus productos son una especie de artillería pesada con la que derrumba cualquier muralla china, hace capitular a los bárbaros más endurecidos en el odio contra el extranjero, instaura y desarrolla las ciudades como signo y fundamento de su propio poder, se multinacionaliza, se globaliza, hasta inventa una literatura ya no nacional sino mundial…

Al final de esta apología (que convence porque es sinceramente sentida) llega de improviso el viraje dramático: el nigromante se halla impotente para dominar las fuerzas subterráneas que ha evocado, el vencedor se ahoga en su propia sobreproducción y genera en su propio regazo, de sus mismas entrañas, a sus sepultureros, los proletarios.

Entra ahora en escena esta nueva fuerza que, en un primer momento dividida y confusa, se empeña con furia en la destrucción de las máquinas y se deja usar por la burguesía como masa de choque, obligada a luchar contra los enemigos de sus propios enemigos, y absorbe gradualmente la parte de los adversarios que la gran burguesía proletariza: artesanos, negociantes, campesinos propietarios.

La revuelta se vuelve lucha organizada, los obreros están en contacto recíproco por medio de otro poder que los burgueses han desarrollado para su propio provecho: las comunicaciones. Y aquí el Manifiesto cita los ferrocarriles, pero piensa también en las nuevas comunicaciones de masas (no olvidemos que Marx y Engels, en La Sagrada Familia, supieron usar la televisión de la época, es decir, la novela de folletín, como modelo del imaginario colectivo, criticando su ideología pero al mismo tiempo utilizando lenguaje y situaciones que ella había popularizado).

En este punto entran a escena los comunistas. Antes de decir de manera programática quiénes son y qué quieren, el Manifiesto (con un movimiento retórico soberbio), desde el punto de vista de la burguesía, plantea que los teme y levanta algunas aterradoras preguntas: ¿pero ustedes quieren abolir la propiedad privada?,¿quieren la comunidad de las mujeres?,¿ quieren abolir la religión, la familia, la patria?

Aquí, el juego se hace sutil, porque a todas estas preguntas el Manifiesto parece contestar de manera tranquilizadora, como para ablandar al adversario, pero luego, con un movimiento repentino, lo golpea en el plexo solar y obtiene el aplauso del público proletario… ¿Queremos abolir la propiedad privada? ¡Qué va!, las relaciones de propiedad han sido siempre objeto de transformación: ¿Acaso la revolución francesa no ha abolido la propiedad feudal a favor de la burguesa? ¿Queremos abolir la propiedad privada? Que tontería, no existe, porque es una propiedad de un diez por ciento de la población en contra del 90 por ciento. ¿Nos acusan entonces de querer abolir “su” propiedad? Si, es exactamente lo que queremos hacer. ¿La comunidad de las mujeres? ¡Pero, vamos, lo que nosotros queremos es más bien quitarles el carácter de instrumento de producción! ¿Creen realmente que queremos comunizar a las mujeres? ¡Pero si la comunidad de las mujeres la han inventado precisamente ustedes, que además de usar a sus propias esposas aprovechan a las de los obreros y como mejor pasatiempo practican el arte de seducir a las de sus iguales! ¿Destruir a la patria? ¿Cómo se puede quitar a los obreros lo que no tienen? Nosotros queremos más bien que, triunfando, los proletarios se constituyan en nación…

Dos slogans memorables

Y así sucesivamente, hasta aquella obra maestra de reticencia que es la respuesta sobre la religión. Se intuye que la respuesta es “queremos destruir esta religión” pero el texto no lo dice: antes de enfrentar un tema tan delicado, que pasa por alto, da a entender que todas las transformaciones tienen un precio, pero mejor por ahora no abrir capítulos demasiado candentes…

Sigue luego la parte más doctrinaria, el programa del movimiento, la crítica a los varios socialismos, pero en este punto el lector está ya fascinado por las páginas anteriores. Y si la parte doctrinaria resultara demasiado difícil, he aquí el golpe final, dos eslogans que cortan la respiración, fáciles de retener en la memoria, destinados (me parece) a una fortuna fabulosa: “los proletarios no tienen nada que perder (…) salvo sus propias cadenas” y “¡Proletarios de todos los países, uníos!”.

Además de la capacidad poética para inventar metáforas memorables, el Manifiesto permanece como una obra maestra de retórica política (y no solamente) que debería ser estudiada en las escuelas, junto con las Catilinarias y el discurso shakesperiano de Marco Antonio ante el cadáver de Julio César. Porque, dada la amplia cultura clásica de Marx, no hay que excluir que haya tenido presentes estos textos.

Casi el 15% de los emails infectados por algún virus

Según ha indicado el Centro de Alerta Temprana sobre Virus y Seguridad Informática (CAT), el 14,8% de los mensajes analizados en la última semana contienen algún tipo de virus.

De los 5,81 millones de emails infectados, el virus Netsky fue el más popular o más presente, ya que se encontraba en un 52,8%. Otros virus también populares durante la semana pasada fueron el Bagle, ocupando un 26% del total, el Zabi.B con el 11,3% o el Mabutu, con el 1,2%.

Dentro de la aparición de nuevos virus y variantes se encuentra el troyano Citifraud.A, escrito en HTML, contiene un enlace que parece indicar que se va a enlazar con una dirección de Citibank, la entidad bancaria.

Este enlace es falso, por lo que se trata de una nueva técnica de phishing, y se persigue la obtención del usuario y clave de los usuarios de dicha entidad.

CAIDA LIBRE

Bastaron dos físicos (una experta en mecánica teórica y aplicada y un estudiante a punto de recibirse) para desenmarañar un problema que desde hace siglos no deja dormir a los hombres y mujeres de ciencia: por qué las cosas que son delgadas y planas –como una hoja de papel, por ejemplo– se elevan primero y planean luego mientras se precipitan al suelo.



Jane Wang y Umberto Pensavento (de la Universidad de Cornell, Estados Unidos) abandonaron por un instante la teoría para calcular los movimientos de una hoja de papel .



Y se llevaron algunas sorpresas: Wang cree que la subida y caída de básicamente cualquier cosa plana (como las llamadas “hojas de otoño” que acaban aterrizando muy lejos de su árbol, incluso en los días sin viento) está gobernada por el caos.



A través de técnicas de modelado por computadora, los investigadores calcularon cómo a medida que se aproxima al suelo el aire del ambiente se las arregla para arremolinarse alrededor de los bordes de las hojas, lo que hace que ondeen y den vueltas alocadamente.



Y como el flujo cambia drásticamente alrededor de los bordes agudos del papel, la teoría aerodinámica clásica no sirve para predecir la trayectoria exacta de la caída del cuerpo.



Pero el análisis financiado por la fuerza aérea estadounidense: “La fuerza que hace el aire depende mucho del acoplamiento entre los movimientos de rotación y de traslación del objeto –explicó Wang–.



Así, el efecto del ‘papel que cae’ es casi el doble de efectivo a la hora de frenar su descenso que el conocido `efecto paracaídas’, lo cual beneficia a los árboles y otras plantas que necesitan dispersar semillas hacia una cierta distancia desde el punto de origen”.



Pese a la conspicuidad de tales evidencias, aún hay quienes por los pasillos cargan en silencio a Wang y a Pensavento.



Pero no les importa: el escocés James C. Maxwell también fue seducido por el problema del “papel que cae” y antes de darse cuenta terminó de atarle el moño a la teoría que enlazó de una vez por todas electricidad y magnetismo.

Una lección norteamericana — Por Eduardo Aliverti

Entre Bush como versión tejana de Hitler y Kerry haciendo la venia para fijar el recuerdo de sus presuntos actos de arrojo en la aventura vietnamita, lo que hay en el medio no son antagonismos ideológicos, sino diferencias de marketing imperialista.

George Bush

Ningún periodista ni analista político pueden obviar como centro de atención lo que acaba de ocurrir en el país más poderoso de la Tierra. Aun cuando su especialidad no sea la información internacional.

La victoria de Bush deja enseñanzas (o, mejor dicho, ratificaciones históricas) que son imprescindibles para comprender y juzgar el comportamiento de los pueblos.

Una mayoría mundial, podría decirse sin dudas, asiste entre perpleja y horrorizada a la consolidación de algo que está muy por encima de la imagen encarnada por el terrorista que preside los Estados Unidos.

Porque, justamente, la figura de Bush es la representación de lo que el politólogo Federico Schuster define como “la cultura autocentrada norteamericana, que pone en primer lugar la voluntad hegemónica y se antepone a cualquier dimensión que pretenda incluir al resto del mundo más que como una comparsa turística relativamente exótica; la escenografía que rodea al imperio” (Página/12 del último jueves).

La primera pregunta es si acaso había que esperar el resultado de las elecciones para corroborar esa etiología del pueblo norteamericano, siendo que el híbrido candidato demócrata no significaba nada siquiera diferente en la concepción del ombligo imperial.

Lo que triunfó electoralmente en Estados Unidos es la más repugnante de las imágenes, no la más distinta de las propuestas. No había el Bien contra el Mal sino, y gracias, el monstruo ostensible contra el águila idéntica disfrazada de modosa.

Si se lo ve desde una mirada emocional, es comprensible lo que se siente al haber ganado el mejor vocero del diablo. Pero si se lo advierte desde la frialdad analítica, también está claro que quien perdió fue sólo la copia del original y que, como empezaron a admitirlo por lo bajo los responsables de la campaña demócrata, tomaron nota tarde de que a los tibios los vomita Dios.

Entre Bush como versión tejana de Hitler y Kerry haciendo la venia para fijar el recuerdo de sus presuntos actos de arrojo en la aventura vietnamita, lo que hay en el medio no son antagonismos ideológicos, sino diferencias de marketing imperialista.

Y demasiada gente presuntamente ducha en esto del análisis político parece haber pedido de vista que no se trata de inclinar la observación hacia cómo es posible que haya perdido el más simpático.

La comparación puede parecer bizarra, pero tienta asemejar lo sucedido con este sufragio yanqui y el argentino de 1995: el voto licuadora por Menem y la opción de lo mismo pero sin corrupción.

Cuando se dice que la elección norteamericana era en realidad un referéndum sobre la gestión de Bush, se vierte una verdad a medias. La mitad correcta es que se optaba por continuar o no con la forma en que este criminal de guerra encara las batallas contra lo que se define como el enemigo conjunto de Washington (es decir, más o menos todo el mundo).

Y la mitad ocultada es, precisamente, que no había ni hay más que una cuestión de formas. Los yanquis no votaron sobre una marcha atrás u otra adelante respecto de creerse el centro del universo a costa de lo que fuere. Votaron, divididos, acerca de cuál les parece el mejor modo para seguir siéndolo. Y la ratificación histórica consiste en que la alucinación de las masas persiste en mostrarse como hecho factible, si se conjugan determinados elementos que van desde la psicología social hasta la manipulación política.

Un imperio como el norteamericano, con rasgos crecientes de decadencia en su economía, ha recibido el respaldo del voto popular para defenderse de sí mismo contra todo el resto de la humanidad que no lo entienda así. Un país que debe el equivalente a casi el 70 por ciento de lo que produce, que se sostiene financieramente gracias al apoyo asiático, que conserva el poder de la religión del dólar en paralelo a que el dólar es cada vez más un papel pintado, que importa el grueso del petróleo que consume, necesita expandirse por el orbe por vía de su infernal maquinaria bélica.

Conquistar más recursos naturales, más territorio, más regiones. Les cuesta, porque pasaron a vivir aterrorizados. Pero votan por el terrorismo contra los demás (e inclusive a favor de un estado policíaco contra sí mismos, que es quizá la única diferencia apreciable entre republicanos y demócratas porque los segundos son algo más contemplativos de las libertades civiles y los primeros, directamente, una banda de cazadores de brujas).

También en Página/12, un ex subsecretario argentino de Asuntos Latinoamericanos, Alberto Ferrari Etcheberry, manifestó dudar de que “el pueblo alemán esté del todo recuperado de sus responsabilidades por haber llevado a Hitler al poder”, y cree que “algo similar puede pasar con el estadounidense”. En cualquier caso, es de vuelta evidente que los pueblos sí se equivocan. Y gravemente.

Que la civilización avanza y retrocede en forma cíclica y que tanto los avances como los retrocesos son producto de la correlación de fuerzas entre la conciencia de las masas, el resultado de sus luchas y la capacidad de vanguardia de sus clases dirigentes.

De tal conjunción puede dar, por ejemplo en el paraje uruguayo del Río de la Plata, que el pueblo intenta recuperar utopías de solidaridad y justicia social. Y en lo que se cree el núcleo planetario, que es capaz de retroceder hasta los estadíos más salvajes.

Que no hay destino, que nada está escrito, que el hombre choca contra la misma piedra todas las veces que le parezca, que tanto puede alguna vez no haber retorno como conseguirse un escalón superior de la comprensión humana.

Los Estados Unidos terminan de mostrar uno de los rostros más espantosos del hombre, pero eso no quiere decir que algo esté definitivamente dicho. Ningún imperio de la historia fue capaz de perpetuarse, y éste no será la excepción.